El Papa gaucho

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(Aeronoticias).- El 13 de marzo será seguramente un hito extraordinario para la historia de las tres Américas. Un Papa americano se ha sentado en el trono de Pedro a dirigir y cuidar su rebaño de más de mil doscientos millones de almas en el mundo.

Por supuesto, todos los latinoamericanos y muy particularmente los argentinos, no importa su condición religiosa, nos sentimos  bendecidos por tan fantástica noticia.

Jorge Bergoglio, hoy Su Santidad Francisco I, es un hombre de  gran austeridad en sus hábitos personales y de tono mesurado al hablar. Se caracterizó por estos dos rasgos a lo largo de su vida; con un agregado a destacar: Aquella sencillez y mesura no impedía su dura condena a todo tipo de desviación en la conducta humana. Desde el púlpito fustigó incansablemente y con energía la explotación del ser humano, el tráfico de personas y de drogas y la endémica corrupción de gran parte de nuestra dirigencia. Sin miramientos, sin miedos; sin pelos en la lengua.

Ignoró, sabia y cristianamente, los permanentes desaires que se le hacían desde el poder, sin aflojar en sus principios ni enervar sus convicciones.

Este hombre, humilde en sus costumbres e imponente a la vez en su prédica, ha sido elevado por sus pares a uno de los más destacados sitiales del orbe.

Sería necio disminuir esta investidura universal circunscribiéndola al mezquino y gaseoso mundillo de poder que nos toca soportar desde años atrás a los argentinos, pero sería ceguera también pretender que el hecho en sí no influirá considerablemente en el juicio de todos nosotros en adelante.

En lo personal, y desde mi infinita insignificancia frente a semejante acontecimiento, elijo imaginar a un Papa que bregará por un mundo con mayor equidad y menos bajezas, que pregonará la importancia de lo popular para el bienestar general, en contraposición a la bajeza de los populismos y sus cantos de sirena, que hipnotizan a los pueblos para sumirlos aún más en la miseria y la dependencia, mientras sus gobernantes enriquecen con obsceno descaro.

Lo ‘veo’ en mi magín, impulsando el cumplimiento de aquel lema de la Populorum Progressio, “El desarrollo es el verdadero nombre de la paz”, sabedor que serán los auténticos puestos de trabajo e ingresos genuinos, los medios que harán factible que el ciudadano de cualquier nación de la Tierra pueda ponerse nuevamente de pié y cree su patria digna y soberana.

No empañaré este auspicioso acontecimiento con alusiones a la necedad y servilismo de aquellos que demoraron su homenaje “esperando órdenes”, ni a la estólida soberbia épica de algún discurso, por aquí, o por allá.

El mate entrará seguramente por vez primera a los departamentos papales para sencillo deleite de este Papa gaucho que ahora lleva en sus espaldas  la pesada cruz de las miserias del mundo.

Cumpliendo con tu habitual pedido: yo también rezaré por ti, Francisco I.

enrique.escobarcello@yahoo.com

El Papa gaucho

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