El Tribunal también aplicó penas de 18 años de cárcel a un ex manager de la banda, como cómplice del estrago doloso, y a un ex comisario, por cohecho y fallas en la seguridad del local bailable, que manejaba Chabán. os ex funcionarias comunales fueron sentenciadas a dos años de prisión por incumplimiento de sus deberes cuando integraban la alcaldía de Buenos Aires, cuyo ex jefe de Gobierno, el centroizquierdista Aníbal Ibarra, fue destituido a raíz de aquellos hechos, en marzo de 2006.
Centenares de indignados manifestantes intentaron entrar por la fuerza al Palacio de Tribunales, en pleno centro, mientras otros festejaban por la absolución de los músicos. No se hizo justicia, de ninguna manera. Este día es negro, me siento frustrado», dijo José Iglesias, padre de uno de los jóvenes muertos en la tragedia y abogado querellante.
La querella había pedido 22 años para la banda Callejeros como organizadores del concierto junto con Chabán y como instigadores del uso de bengalas que iniciaron el fuego. El Tribunal favoreció a los músicos por «el beneficio de la duda», según el texto del fallo. La absolución de Callejeros es una provocación. (Los músicos) son unos provocadores por la forma de seguir cantando, de reírse», dijo otro padre al recordar que la banda siguió dando conciertos aún durante el juicio.
El fallo produjo escenas de llanto, dolor y gritos de familiares y allegados dentro de la sala del Tribunal, que fue desalojada por orden de los jueces, mientras que en la calle se desataba una batalla campal con la policía, sin saldo de heridos o detenidos. Los condenados seguirán en libertad hasta que la condena quede firme en la cámara de apelaciones. La tragedia ocurrió la noche del 30 de diciembre de 2004 cuando algunos espectadores lanzaron bengalas –una práctica por entonces habitual en conciertos de rock– y se desató un incendio que causó la muerte o lesiones por asfixia e inhalación de sustancias tóxicas.
Una ancha puerta de escape estaba clausurada aquella noche y la de emergencia no daba abasto, lo que convirtió el recinto en una trampa mortal.
Los familiares recordaron a los muertos encendiendo cirios y coreando los nombres de cada uno de ellos, frente al Palacio, cerrado con vallas metálicas y custodiado por unos 300 policías con cascos, escudos y carros hidrantes.
Un sector de familiares ató a las vallas decenas de ‘zapatillas’ (calzado deportivo) de las víctimas de aquella noche y colgaron sus fotos, que estuvieron cinco años amarradas al santuario artesanal que levantaron frente a la cerrada calle donde funcionaba el local.