Piramide en la Plaza

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(Aeronoticias).- La  plaza, como un enorme receptáculo de ventanas abiertas, acogía la algarabía de disímiles sonidos y figuras como expresión inagotable de una necesidad imperiosa de abrir válvulas  espirituales .Multicolores, parecían asociarse a la cita de las primeras horas de la noche de un sábado de noviembre.Todo parecía asociarse a una conjunción tácita de búsqueda de sensaciones necesarias, como un fruto vital que renueve impetuosamente el tapiz resquebrajado de la vida. Así se presentaba la plaza a nuestro paso. Advertimos que por sus características, un grupo de jóvenes que demostraban mayor entusiasmo en el frenesí del ruido pertenecerían a algún conjunto de murga, pues además se encontraban dispersos bolsos e instrumentos.

La luz, el ruido de instrumentos dispares,  el tono de voces disonantes que por instantes eran transformadas en un apagado eco por el revolotear de palomas lanzadas desde lo alto del Cabildo en un singular rito nocturno; parecía ser la escena dominante.

Como nuestros sentidos también parecían asociarse a esa atmósfera de letargo frenesí caminábamos desprevenidos por la acera del frente del edificio del Cabildo. Era obligado ver el tumulto a través de las amplias arcadas que comunican la acera con la explanada del Cabildo. Fue así mayor nuestro asombro al descubrir que una bien apilada cantidad de bolsas y bolsos al pie de una de las columnas de la arcada,  que a nuestra primera y desprevenida asociación, le adjudicamos su genuina tenencia al grupo de jóvenes, no era tal.

La bien estructurada pirámide de variados colores de bolsas y bolsos dejaba ver, ahora con una prolija atención, y en el vértice de la misma, la inclinada cabeza de una mujer sobre su brazo derecho que rodeando por completo el cuello permitía llegar con su mano hasta su oreja izquierda en un elocuente gesto de impedir la llegada de los ruidos. Pero a todo esto se asociaba algo quizás mucho más impactante: como mimetizado en la base de la pirámide se podía descubrir la parte inferior de un pequeño perro que fiel a su dueña también se asociaba al intento de escabullirse de la vorágine mundana, oculto por una parte de la túnica que cubría también a la mujer exaltando aún más la fraterna conjunción.

No era necesario entrar en profundos análisis de lo que representaba aquella estampa de la realidad .Se estaba simbolizando la imperiosa necesidad de encontrar un silencio que aleje del bullicio profano de un mundo que no sabe de equidad. Era la antípoda.

Frugal sustento que habitualmente surge de las migajas de una sociedad segada por el logro efímero, busca el sosiego al replegarse en sí mismo.

La estampa callejera, como un libro abierto de escenografía, representaba la esencia natural del hombre que llegado un momento de su vida, necesita aislarse de las tendencias ligeras para penetrar en lo profundo de su ser. Esa mujer nos estaba mostrando en su sufrimiento profundo y sin mayor elocuencia que lo gestual, una fase oculta del sentido de la vida.

Piramida en la Plaza

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