(Aeronoticias).- Hermanos: Dice la Escritura que Abraham tuvo dos hijos: uno de la mujer que era esclava y el otro de la que era libre. El hijo de la esclava fue engendrado según las leyes naturales; el de la libre, en cambio, en virtud de la promesa de Dios.
Esto tiene un sentido simbólico. En efecto, las dos mujeres representan las dos alianzas: Agar representa la del monte Sinaí, que engendra esclavos y es figura de la Jerusalén de aquí abajo. Por el contrario, la Jerusalén de arriba es libre y ésa es nuestra madre. A este respecto dice la Escritura: Regocíjate tú, la estéril, la que no das a luz; rompe a cantar de júbilo, tú, la que no has sentido los dolores del parto; porque la mujer abandonada tendrá más hijos que aquella que tiene marido.
Así pues, hermanos, no somos hijos de la esclava, sino de la mujer libre. Cristo nos ha liberado para que seamos libres. Conserven, pues, la libertad y no se sometan de nuevo al yugo de la esclavitud.
Meditación
En el final de esta explicación que hace san Pablo sobre la relación entre el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento, nos instruye sobre la libertad que Cristo ha ganado para nosotros. Hemos sido liberados por Cristo de manera que los preceptos de la ley se han cambiado por la libertad que da el amor y el Espíritu. No es que se hayan quitado las prescripciones de la ley sino que ahora en lugar de obligarnos, el amor nos IMPULSA. Es muy triste que todavía haya personas que no sólo digan, sino que incluso se lamenten de la NECESIDAD de ir a Misa. Se sienten obligadas, forzadas a asistir.
Quien deja que el Espíritu Santo obre en su vida, lo libera, dándole amor, de manera que la Eucaristía dominical deja de ser una «carga», un yugo que esclaviza, para convertirse en un verdadero gozo, algo deseado y amado, lo cual le permite vivirla con toda su intensidad. Esta es la acción liberadora de Cristo. Su Espíritu, que mora en nosotros por la fe, nos hace amar todo en lo que el Señor nos ha instruido.
No seas esclavo de la ley, pídele al Espíritu que te enseñe y que te mueva a amarla. Esta es la novedad del Nuevo Testamento.
Oración
Espíritu Santo, dame un amor profundo por la vida espiritual, dame el deseo ardiente de buscar a Dios y de disfrutar en su presencia, llámame a la oración para que no la sienta como una obligación, sino como el privilegio de acercarme como hijo a Dios.
Propósito
Hoy haré mis prácticas espirituales cotidianas, pero cuidaré que mi actitud ante ellas sea de alegría y gozo.
Lucas 11, 29-32
En aquel tiempo, la multitud se apiñaba alrededor de Jesús y éste comenzó a decirles: «La gente de este tiempo es una gente perversa. Pide una señal, pero no se le dará más señal que la de Jonás. Pues así como Jonás fue una señal para los habitantes de Nínive, lo mismo será el Hijo del hombre para la gente de este tiempo.
Cuando sean juzgados los hombres de este tiempo, la reina del sur se levantará el día del juicio para condenarlos, porque ella vino desde los últimos rincones de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí hay uno que es más que Salomón.
Cuando sea juzgada la gente de este tiempo, los hombres de Nínive se levantarán el día del juicio para condenarla, porque ellos se convirtieron con la predicación de Jonás, y aquí hay uno que es más que Jonás».
Reflexión
La gente seguía a Jesús fascinada por sus milagros y pidiendo una señal que les comprobara que era VERDADERAMENTE el Mesías. Hoy en día, todavía hay mucha gente que continúa buscando los milagros del Señor en lugar de buscar al Señor de los milagros. Día con día, Dios nos da signos de su presencia, de su amor, y nos invita a vivir en él, a confiar en él, a tenerlo verdaderamente como nuestro Dios y Señor. Basta abrir bien nuestros ojos, sobre todo los del corazón, y nos daremos cuenta que habita entre nosotros, que nos protege en nuestras dificultades, que ni un momento estamos solos. Los que no lo ven o no lo sienten cercano, generalmente es porque no oran.
Si tú no quieres ser de los que se pasan la vida pidiendo a Dios «una señal»; ora, y como resultado: verás, oirás y amarás.
Permite que el amor de Dios llene hoy tu vida. Ábrele tu corazón.
Comentario: REDACCIÓN evangeli.net (elaborado a partir de textos de Benedicto XVI) (Città del Vaticano, Vaticano)
Humildad (los «dolientes» aprenden a ver)
Hoy todavía los hay que —en nombre de la «objetividad» del saber— pretenden de Dios «un signo». La raíz de esta equivocada exigencia no es otra que el egoísmo, un corazón impuro, que únicamente espera de Dios el éxito personal, la ayuda necesaria para absolutizar el propio yo («yo Le puedo medir»). Esta forma de religiosidad representa el rechazo fundamental de la conversión («Él debe ser mi medida»).
La humildad del silencio —¡Job!— es muy importante como primer paso en la sabiduría. Resulta sorprendente que las quejas contra Dios sólo en una mínima parte procedan de los dolientes de este mundo; mayormente provienen de «espectadores saturados» que nunca han sufrido. ¡Los dolientes han aprendido a ver! En este mundo, la alabanza sale de los «hornos» donde tantos se abrasan: el relato de los «tres jóvenes» en el horno encendido contiene una verdad más profunda que la que se expresa en los tratados eruditos.
—Jesús, ¡cuántas veces pedimos un signo y nos cerramos a la conversión! ¡La Cruz es el signo!
Comentario: P. Raimondo M. SORGIA Mannai OP (San Domenico di Fiesole, Florencia, Italia)
Esta generación es una generación malvada; pide una señal
Hoy, la voz dulce —pero severa— de Cristo pone en guardia a los que están convencidos de tener ya el “billete” para el Paraíso solamente porque dicen: «¡Jesús, qué bello que eres!». Cristo ha pagado el precio de nuestra salvación sin excluir a nadie, pero hay que observar unas condiciones básicas. Y, entre otras, está la de no pretender que Cristo lo haga todo y nosotros nada. Esto sería no solamente necedad, sino malvada soberbia. Por esto, el Señor hoy usa la palabra “malvada”: «Esta generación es una generación malvada; pide una señal, y no se le dará otra señal que la señal de Jonás» (Lc 11,29). Le da el nombre de “malvada” porque pone la condición de ver antes milagros espectaculares para dar después su eventual y condescendiente adhesión.
Ni ante sus paisanos de Nazaret accedió, porque —¡exigentes!— pretendían que Jesús signara su misión de profeta y Mesías mediante maravillosos prodigios, que ellos querrían saborear como espectadores sentados desde la butaca de un cine. Pero eso no puede ser: el Señor ofrece la salvación, pero sólo a aquel que se sujeta a Él mediante una obediencia que nace de la fe, que espera y calla. Dios pretende esa fe antecedente (que en nuestro interior Él mismo ha puesto como una semilla de gracia).
Un testigo en contra de los creyentes que mantienen una caricatura de la fe será la reina del Mediodía, que se desplazó desde los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón, y resulta que «aquí hay algo más que Salomón» (Lc 11,31). Dice un proverbio que «no hay peor sordo que quien no quiere oír». Cristo, condenado a muerte, resucitará a los tres días: a quien le reconozca, le propone la salvación, mientras que para los otros —regresando como Juez— no quedará ya nada qué hacer, sino oír la condenación por obstinada incredulidad. Aceptémosle con fe y amor adelantados. Le reconoceremos y nos reconocerá como suyos. Decía el Siervo de Dios Don Alberione: «Dios no gasta la luz: enciende las lamparillas en la medida en que hagan falta, pero siempre en tiempo oportuno».
Como María, todo por Jesús y para Jesús.
Pbro. Ernesto María Caro
Evangelización en Línea