(Aeronoticias).- En aquel tiempo, al llegar Jesús a donde estaba la multitud, se le acercó un hombre, que se puso de rodillas y le dijo: «Señor, ten compasión de mi hijo. Le dan ataques terribles. Unas veces se cae en la lumbre y otras muchas, en el agua. Se lo traje a tus discípulos, pero no han podido curarlo».
Entonces Jesús exclamó: «¿Hasta cuándo estaré con esta gente incrédula y perversa? ¿Hasta cuándo tendré que aguantarla? Tráiganme aquí al muchacho». Jesús ordenó al demonio que saliera del muchacho, y desde ese momento éste quedó sano.
Después, al quedarse solos con Jesús, los discípulos le preguntaron: «¿Por qué nosotros no pudimos echar fuera a ese demonio?» Les respondió Jesús: «Porque les falta fe. Pues yo les aseguro que si ustedes tuvieran fe, al menos del tamaño de una semilla de mostaza, podrían decirle a ese monte: ‘Trasládate de aquí para allá’, y el monte se trasladaría. Entonces nada sería imposible para ustedes».
Reflexión
Este pasaje nos pone a pensar: ¿Qué tan grande es nuestra fe? Ya que las palabras de Jesús no son alegóricas, sino ilustrativas del inmenso poder que tenemos cuando verdaderamente creemos que Dios puede obrar en favor nuestro y de nuestros hermanos. Sin embargo, ha ocurrido en nuestro cristianismo que pensamos que las palabras de la Escritura son simplemente metafóricas y que no tienen el poder que Jesús les comunicó; que en realidad nosotros no podremos hacer lo que ellas nos indican. La verdad es contraria totalmente a ese pensamiento, pues si Jesús nos dijo que podríamos hacerlo, eso quiere decir que lo podemos hacer, pues él no miente. Cuando nos dice que podemos imponer las manos y que los enfermos quedarán sanos, éstos sanarán, pues éstas son precisamente las señales que acompañarán a los que hayan creído (hayan tenido fe), esto es una tremenda verdad que debemos creer y vivir.
Si bien es cierto que Dios nos ha dado la ciencia para ayudarnos a curar y sanar a los enfermos, también lo es que tenemos ese poder nosotros por lo que, mientras que llevamos a nuestros enfermos con el médico adecuado, le imponemos también las manos y pedimos a Jesús que realice lo que EL MISMO NOS DIJO que hiciéramos para ver los resultados que EL MISMO NOS DIJO que veríamos. Jesús termina diciendo en el texto de hoy que, “si tuviéramos un poquito de fe verdadera, nada sería imposible para nosotros. Palabras que realmente ponen a prueba nuestra fe, esa fe que duda de poder hacer muchas veces hasta lo cotidiano.
Hermanos, Dios ha puesto en nosotros un poder que viene de su amor, basta que creamos y ese poder se libera en nosotros para obrar cosas grandes y maravillosas, sobre todo, en bien de nuestros hermanos.
Permite que el amor de Dios llene hoy tu vida. Ábrele tu corazón.
Como María, todo por Jesús y para Jesús.
Pbro. Ernesto María Caro Pe
Comentario: REDACCIÓN evangeli.net (elaborado a partir de textos de Benedicto XVI) (Città del Vaticano, Vaticano)
La historia de nuestra fe
Hoy resulta aleccionador volver a recorrer la historia de nuestra fe, fijando la mirada en Jesucristo. En Él, muerto y resucitado por nuestra salvación, se iluminan plenamente los ejemplos de fe que han marcado los últimos dos mil años de nuestra historia de salvación.
Por la fe, María acogió la palabra del Ángel y creyó en el anuncio, saboreó los frutos de la resurrección de Jesús y, guardando todos los recuerdos en su corazón, los transmitió a los Doce. Por la fe, los Apóstoles dejaron todo para seguir al Maestro y fueron por el mundo entero, siguiendo el mandato de llevar el Evangelio a toda criatura. Por la fe, los discípulos formaron la primera comunidad reunida en torno a la enseñanza de los Apóstoles. Por la fe, los mártires entregaron su vida como testimonio de la verdad del Evangelio…
—Por la fe, hombres y mujeres de toda edad, cuyos nombres están escritos en el libro de la vida, han confesado a lo largo de los siglos la belleza de seguir al Señor.
Comentario: Rev. D. Fidel CATALAN i Catalan (Terrassa, Barcelona, España)
Si tenéis fe como un grano de mostaza (…) nada os será imposible
Hoy, una vez más, Jesús da a entender que la medida de los milagros es la medida de nuestra fe: «Yo os aseguro: si tenéis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: “Desplázate de aquí allá”, y se desplazará» (Mt 17,20). De hecho, como hacen notar san Jerónimo y san Agustín, en la obra de nuestra santidad (algo que claramente supera a nuestras fuerzas) se realiza este “desplazarse el monte”. Por tanto, los milagros ahí están y, si no vemos más es porque no le permitimos hacerlos por nuestra poca fe.
Ante una situación desconcertante y a todas luces incomprensible, el ser humano reacciona de diversas maneras. La epilepsia era considerada como una enfermedad incurable y que sufrían las personas que se encontraban poseídas por algún espíritu maligno.
El padre de aquella criatura expresa su amor hacia el hijo buscando su curación integral, y acude a Jesús. Su acción es mostrada como un verdadero acto de fe. Él se arrodilla ante Jesús y lo impreca directamente con la convicción interior de que su petición será escuchada favorablemente. La manera de expresar la demanda muestra, a la vez, la aceptación de su condición y el reconocimiento de la misericordia de Aquél que puede compadecerse de los otros.
Aquel padre trae a colación el hecho de que los discípulos no han podido echar a aquel demonio. Este elemento introduce la instrucción de Jesús haciendo notar la poca fe de los discípulos. Seguirlo a Él, hacerse discípulo, colaborar en su misión pide una fe profunda y bien fundamentada, capaz de soportar adversidades, contratiempos, dificultades e incomprensiones. Una fe que es efectiva porque está sólidamente enraizada. En otros fragmentos evangélicos, Jesucristo mismo lamenta la falta de fe de sus seguidores. La expresión «nada os será imposible» (Mt 17,20) expresa con toda la fuerza la importancia de la fe en el seguimiento del Maestro.
La Palabra de Dios pone delante de nosotros la reflexión sobre la cualidad de nuestra fe y la manera cómo la profundizamos, y nos recuerda aquella actitud del padre de familia que se acerca a Jesús y le ruega con la profundidad del amor de su corazón.
Fuente: Centro de Evangelización en Línea