El plañir de su lamento
corta el viento
y se quebranta . . .
la penumbra del invierno.
Su frágil cuerpo
en el sosiego interminable
de un nublado rostro. . .
es más que elocuente.
Tremulosa su mano,
cual titilante vela,
atisba en el gemido
su agónico suspiro.
Todo es sombra
y sólo pide
el tenue brillar
de una limosna.