(Aeronoticias).- Todos los acontecimientos se van eslabonando de acuerdo a una ritmicidad aparentemente predeterminada. Es como si surgieran de una fuente común de peculiares ritmos, pues cada evento posee su propio ritmo de flujo, presentación o evolución para luego con un misticismo peculiar incorporarse a la trama completa de los eventos.
¿Será que todo está predeterminado, con una exquisita cadencia que permite el interjuego de la vida?.
La elocuencia de los designios de la vida diaria nos permite inferir la presencia de una sutil trama que va sustentando nuestra existencia. Existencia que de por sí posee una dinámica que lleva implícita la posibilidad del” libre albedrío” que permite al hombre aproximarse o alejarse de esta “cadencia” de fondo.
Sin embargo, no nos percatamos que todo es debido al continuo flujo de una esencia vital, que alguien muy superior, nos propone para que logremos un desempeño que signe nuestro definitivo destino.
La singularidad de cada individuo es la hebra que permite ir configurando la correspondiente trama en una proporcionada interacción con sus pares y todo lo demás que también va interactuando, seres animados e inanimados que como partícipes necesarios conforman el cuadro escénico de cada una de nuestras vivencias. Todo está en equilibrio. El continuo fluir de la vida en este espacio cósmico es un coordinado correlato en cada uno de sus puntos. Así si se establece un hecho determinado en algún lugar, con una particular ritmicidad en algún punto del Universo se producirá otro evento que equiparará el desequilibrio gestado por el primero. Es por ello que se dice que si alguien en algún lugar del planeta arranca una rosa, en otro distante lugar se derramará una lágrima.
Si sustentáramos estos preceptos inherentes al sentido de nuestra existencia, podríamos tener una más amplia comprensión de lo que está aconteciendo paralelamente con nuestro diario vivir. La vida no es una expresión meramente biológica. Podríamos que es un atributo elemental para acceder a un peldaño superior del intrincado camino hacia la verdadera realidad.
Suena a contrasentido – vida biológica con verdadera realidad-; puesto que si hacemos una simple reflexión, diríamos: qué mayor expresión de realidad . . . . .¡que la vida!. Todo es tangible, mensurable, cotejable en esta realidad que es nuestra diaria existencia. Nadie pondría en duda esta elemental aseveración, ni siquiera el más acérrimo opositor de la filosofía existencialista.
Podríamos hasta aquí inferir que la trama sutil tiene un sentido mucho más elevado, aparentemente oculto a la mayoría de nosotros que sólo objetivamos a través de nuestros sentidos eminentemente biológicos. Si solamente nuestra existencia fuera la expresión de un ciclo biológico, que no tuviera otro sentido que el efímero paso por el entramado material de este mundo objetivo, nos deberíamos hacer un replanteo sustancial por el hecho obligatorio de ser seres pensantes y supuestamente evolucionados dentro del trazado filogenético. Si el designio de la vida nos proveyó de la facultad de pensar y razonar, y por ende de poder barruntar aspectos que surjan del devenir de los hechos, deberíamos poder interpretar lo que la trama sutil, en la cual estamos sustentando nuestro quehacer, nos está permitiendo concretar un objetivo trascendente.
El hombre se debate por conocer su destino, pero lo hace con un apriorismo sumamente elemental. No pone en juego las verdaderas variables que deben ser partícipes. Se establece así un círculo cerrado que redunda en convicciones muy estrechas en donde los matices materiales prevalecen dejando al descubierto la enorme brecha que nos separa del sustancial razonamiento para llegar al legítimo sustento de la verdad.
Sin embargo, en una o en dos
maneras habla Dios;
Pero el hombre no entiende.
Por sueño, en visión nocturna,
Cuando el sueño cae sobre los
hombres,
Cuando se adormecen sobre el
lecho,
Entonces revela al oído de los
hombres,
Y les señala su consejo.
JOB 33: 14, 15, 16.