(Aeronoticias).- Tras sobrevivir a la caída de cuatro gobernantes durante la Primavera Árabe, Recep Tayyip Erdogan, Premier de Turquía, ha enfrentado en dos semanas de protestas a una oposición que, según se desprende de sus declaraciones, está jugando con su limitada paciencia.
Sus pares, Mubarak (Egipto), Gadafi (Libia), Saleh (Yemen) y Ben Ali (Túnez), han perdido el trono. O la vida. Y mientras tanto, Erdogan seguía con lo suyo: Desarrollar el país, encarcelar periodistas, atrayendo inversiones, encarcelando periodistas, mejorando el funcionamiento de las empresas del Estado, encarcelando periodistas…
¿Cómo ser la envidia de cualquier mandatario con poses dictatoriales, sin meterse en líos con países que gustan de enrostrar conductas antidemocráticas? William Dobson, de Slate, lo pone en preciso: «En un sentido, es como el extinto Hugo Chávez, pero es mejor ya que le da resultado. El PBI per cápita de Turquía se ha triplicado en la década pasada, las exportaciones han crecido, y marcas multinacionales como Microsoft, Coca-Cola y Pfizer se han asentado en Estambul para poner un local. Erdogan tiene planes de construir un aeropuerto de 10 mil millones de dólares que será el más grande del mundo».
«Cuando llegó al poder en 2002» -prosigue- «Erdogan heredó un desastre económico ad portas en Europa».
Fuera de ello las pasiones verbales del ministro Erdogan ha motivado reacciones de comicidad por parte de ciertos manifestantes para salir de la furia -o para hacerla más soportable mientras se repliegan en sus jornadas-. Esto dista con la posición «dura» de un presidente elegido democráticamente, con una oposición patética en términos electorales, un puño férreo para hacerse imponer por la mala o por la mala, incluso con toda una legitimidad revestida que parece deteriorarse.
Con las imágenes de la BBC.
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