Francisco vulnera la frontera entre lo sagrado y lo profano

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(Aeronoticias).-  El Papa Francisco ha invitado a subir al Papa-móvil a un niño down. Es una señal simpática. ¿A quién podría molestar? A nadie. Pero, ya que ha realizado varios gestos de este tipo muchos están inquietos. ¿Puede un Pontífice salirse a cada rato de su papel? Lo vieron un día sacando la basura de la casa Santa Marta. ¿No está llevando las cosas demasiado lejos? Después de algunos meses de su elección, hay católicos confundidos, irritados o preocupados.

Algo así no es normal en un jefe de Estado. En el caso del Santo Padre, a unos entusiasma y a otros enfurece. ¿Por qué? Mi hipótesis es esta: Francisco vulnera la frontera entre lo sagrado y lo profano. ¿Lo hace provocativamente? No lo sabemos. Acerca de sus intenciones nadie puede decir nada. Pero sí es claro que hace lo que no se hace, como cuando Jesús curaba en sábado.

Hagamos memoria. A Jesús lo mataron los romanos a instancias de los jefes de su propio pueblo. En el estipes de la cruz un letrero decía, en burla, El rey de los judíos. Se trató, en este caso, de la aplicación de la pena capital de parte de los romanos, la única autoridad que poseía el ius gladii. Fariseos, escribas, saduceos hicieron ver a los romanos que las expectativas mesiánicas que Jesús despertaba eran peligrosas para la estabilidad social y política de Palestina. No tuvieron que invocar como causa lo que realmente les resultaba insoportable: la desautorización que Jesús hacía de la religiosidad de la época, y de ellos en particular, pues interpretaba la Ley y se comportaba respecto del Templo con una libertad inaudita. Jesús, en sus actuaciones, subordinó la Ley y el Templo a la obediencia a Dios, la cual en todos los casos y siempre ha debido consistir en la liberación de personas concretas.

Este fue, en su núcleo, el contenido del reino que Jesús quiso inaugurar como voluntad del Dios que él consideró su Padre. A este Padre no se le encontraría mejor en lugares y tiempos «sagrados» que en los valles, las montañas y entre las olas del mar de Galilea, de mañana o por la tarde. Jesús, en vez de erigirse en el guardián de la diferencia entre lo sagrado y lo profano, la saltó, la ridiculizó a veces y, con su muerte en cruz, la aniquiló para siempre.

Así lo entendió la primera Iglesia. Ella vio en el rasgarse el velo del Templo al momento de la muerte de Jesús, el cumplimiento irreversible de la encarnación. El Dios entrado en la historia como un niño inerme y sacado de esta misma historia con violencia, se da a reconocer en los hechos humanos, especialmente allí donde la humanidad más se le asemeja crucificado. El «pecado» que el Sanedrín no toleró a Jesús podría llamarse «secularidad». Jesús apostó toda la religión de Israel al amor secular. Al amor así no más, podríamos decir, sin articulación religiosa, como el del buen samaritano.

Francisco desconcierta a personas que prefieren a un pontífice hierático. El sacerdote, piensan, debe representar la santidad de Dios. Otros, me incluyo, pensamos que debe representar la «humanidad» de Dios. O, mejor dicho, creemos que la verdadera santidad, la del Hijo de Dios encarnado, se manifiesta en la gran humanidad y humildad de Jesús. Y que, por el contrario, la santidad mal entendida hace creer que en Cristo lo divino neutraliza lo humano. El problema es que, de un Cristo que simula humanidad, resultan personas que simulan divinidad.

Es extraño, por tanto, que Francisco pueda desconcertar a un cristiano. Llama la atención que sus gestos tan sencillos, realizados a contrapelo del manierismo eclesiástico, perturben a quienes debieran resultarles completamente naturales. Lo naturalmente pagano es la divinización de la autoridad. El cristianismo, en cambio, reconoce autoridad a quien practica la justicia y la clemencia. La investidura pontificia no basta. Es incluso ambigua, pues induce a la papolatría. Y la papolatría sí es un pecado, o una lesera.

Como otro botón de muestra, tomemos el episodio de Francisco jugueteando con el solideo, poniéndoselo y sacándoselo a una niñita en la cabeza. A unos el gesto les parece lindo. Les calza exactamente con la alegría de Jesús. A otros, en cambio, no les debe parecer bien que el Papa bromee con la vestimenta sagrada. El solideo es esa especie de gorrito redondo y morado que usan los obispos. El solideo blanco solo lo usa el Papa. Cuando el prelado celebra la misa, debe sacárselo al momento de la plegaria eucarística, simbolizando respeto a Dios, como quien se quita el sombrero para saludar a alguien.

¿Qué ha querido simbolizar Francisco con este otro uso que él hace del solideo? ¿Estará queriendo decir a la niñita que ella algún día puede ser Papa? No lo creo. ¿Querrá tal vez decirle a ella y a todos los demás «yo, que soy el Papa, quiero que me sientan cercano y fiable»? Las demás señales indican que sí. Pienso también que esta interpretación, a su vez, puede caer muy mal a algunas personas. Al jugar de esta manera con el solideo, alguien puede pensar que el Papa cruza burlescamente la frontera de lo prohibido. Francisco no se pone la mitra cuando hay que ponérsela. Francisco lava los pies a una musulmana en la cárcel en Semana Santa. Francisco saluda de beso a la presidenta de Argentina, etc. Se sale frecuentemente del protocolo. ¿Cuál es el límite? ¿Podría un día celebrar la eucaristía sin alba, solo con la estola?

Estos gestos totalmente intencionados del Papa pueden provocar inquietud, molestia o furia en cualquiera de los cristianos. Ninguno de estos sentimientos es culpable. Los sentimientos son inocentes. Nadie es culpable de sentir esto o aquello, ni tampoco de tener tal o cual cultura o sensibilidad religiosa. Debe tenerse presente, eso sí, que el fanatismo religioso que combina el celo por Dios con la ira psicológica, es peligroso.

Este Papa está realizando acciones que provocan rabia en quienes no entienden que el dogma de la encarnación obliga a descubrir a Dios en un hombre común y corriente, y que la salvación en sentido estricto es humanización. La encarnación es un misterio difícil de comprender para la mentalidad de los mismos creyentes, pero no atinar con su concepto no es inocuo. Hay concepciones de lo sacro, de lo santo y de la salvación inhumanas y deshumanizantes.

¿Dejará alguna vez Francisco de usar el Papa-móvil? Aún lo necesita. De momento, si nos invitara a subir a él y aceptáramos, estaríamos más cerca de comprender quién es y quién no es el Dios de Jesús.

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