(Aeronoticias).- -¿Qué planes tenías antes de lo que pasó?
-Había pasado a literatura en la UPB
-¿Y entonces?
-Recibí un disparo en la cabeza
Se ríe, no lo dice con tono de tragedia. El disparo del que habla Sara Cano Zapata, de 19 años, salió de un arma de la Policía, fue el 27 de mayo, hace poco más de un mes. Despertó dos días más tarde en una unidad de cuidados intensivos.
Eran las 10:00 de la mañana. Muy cerca del deprimido del cruce de San Juan con la Avenida 80 había un puesto de control de la Policía y, según la explicación que entregó a sus superiores el patrullero que disparó, lo hizo cuando un hombre en una moto no se detuvo ante su señal. Esa misma tarde, el general José Ángel Mendoza, comandante de la Policía Metropolitana del Valle de Aburrá, anunció una investigación y dio su versión sobre el caso.
“El motociclista le sacó un arma y le apuntó, por lo que lo lógico es que el uniformado se defendiera», dijo Mendoza en una rueda de prensa.
Sara recibió el impacto en la cabeza, iba en bicicleta para su trabajo, un restaurante vegetariano en la Villa de Aburrá. El mismo patrullero que le disparó la llevó en un taxi al centro de salud de San Javier, de allí la trasladaron al Hospital San Vicente Fundación. Aunque no lo recuerda, siempre estuvo consciente, fue ella quien le dio el número telefónico de su mamá al policía que le disparó y luego trataba de salvar su vida.
“Solo tengo unos recuerdos vagos, estaba en una camilla con mucha gente alrededor. Lo que me dio más duro cuando desperté fue saber que todo ese tiempo me habían alimentado con carne, eso es algo con lo que yo no estoy de acuerdo”, dice Sara, vegetariana desde los 14, vegana desde poco después, animalista radical.
La mamá de Sara, Beatriz Zapata, estaba en Envigado, en su trabajo, cuando recibió una llamada en la que alguien, no sabe quién, le decía que su hija había sufrido un accidente.
“Yo solo pensé que se había caído en la bicicleta, todo el día había tenido uno de esos pálpitos de madre, pregunté cómo estaba y lo único que me dijeron fue que tenía que ir rápido a la unidad intermedia”, cuenta Beatriz.
Tomó un taxi y en el camino a San Javier recibió otra llamada. Era el coronel Ángel Rueda, comandante operativo de la Policía, le explicó lo que había pasado: “Me dijo que uno de sus hombres había hecho un disparo y había impactado a Sara, que ya la habían trasladado para el San Vicente, entonces salí para allá, no sabe lo que sentí, imagínese cómo se nos desbarató la vida en un momento”.
Cuando hizo esa esa llamada, el coronel Rueda ya esperaba a la familia de Sara en la sala de urgencias. Se había enterado por radioteléfono del caso y minutos más tarde recibió el reporte de la mayor Derly Milena Zamudio, comandante de la estación de Laureles y superior a cargo del patrullero involucrado en el caso.
“Es Sarita quien le dice al patrullero el teléfono a donde puede llamar, este mismo joven nos da el número telefónico a nosotros. Por ser una situación ocasionada en servicio, la institución la debe afrontar con toda la responsabilidad. Soy yo quien decide llamar a la mamá y entonces le explico un poco más de lo que se conocía en ese momento, que era relativamente poco”, recuerda el coronel Rueda sobre esa conversación.
“Nadie creía que los veganos somos inmortales”
Los recuerdos de Sara empiezan luego de la cirugía a la que fue sometida para retirarle las esquirlas que quedaron alojadas en su cerebro. El pronóstico de los médicos entonces era que, difícilmente, recuperaría la movilidad en el lado derecho de su cuerpo. Ahora, tres semanas después de salir de la hospitalización y aún sin empezar su fisioterapia, agita su mano derecha desafiando ese pronóstico.
“Los médicos me decían que mi movilidad iba a reducirse y, de hecho, no movía el costado derecho. Ya con el tiempo estoy empezando a mover muchas cosas y, aunque estoy en silla de ruedas, si me ayudan puedo dar unos pasitos”, dice Sara.
Sus bajos niveles de hemoglobina son uno de los contratiempos en su recuperación. Dejó el hospital el 5 de junio, tuvo que regresar un día después con fiebre y dolor de cabeza. Aunque salió pronto, se llevó a su casa una dieta estricta, alta en proteínas.
“No estoy comiendo carne, pero me estoy tomando la sustancia que es casi lo mismo, de verdad eso ha sido lo más difícil”. Eso y esperar a que vuelva a crecerle el pelo: tuvieron que cortárselo para atenderla, quiere volver a pintarlo del mismo rojo que tenía antes. “Mi mamá me dice que tengo que hacer el sacrificio mientras me recupero y después seguir con la vida normal”.
Esa vida normal es en el restaurante, quiere volver a las reuniones de la Revolución de la Cuchara y al activismo antitaurino. Siempre con sus amigos, los mismos que desde el día del incidente han permanecido atentos a su evolución. “Nadie creía que los veganos somos inmortales. Sara recibió un disparo desviado en la cabeza, y aquí está (…) Tal vez la complicidad de una causa noble en lugar de un asesinato inocente sea suficiente para que el cuerpo reciba la orden de resistir”, le escribió hace poco uno de ellos.
El otro lado del disparo
“Muy horrible que la Policía le esté disparando a cualquiera. Sí, recibí un disparo en la cabeza, pero cero rencor, él –el patrullero que disparó- ha estado muy pendiente, incluso me llama y nos quedamos hablando un ratico”, dice Sara. Vuelve a reírse.
El patrullero continúa en servicio mientras enfrenta una investigación disciplinaria y otra penal que, según sus superiores, pueden representar el fin de su carrera. Esas investigaciones determinarán las verdaderas causas de ese disparo y concluirán si es cierto que el hombre que no acató la señal de alto representaba una amenaza para su vida. Por ahora, Sara y su familia se concentran en su recuperación y aunque no lo descartan, por el momento no piensan en pedir una indemnización de la Policía, dicen que eso vendrá después.
“Al policía también se le hace un acompañamiento psicológico porque no es una persona que esté habituada a hacerle daño a los demás, pero cuando salga el resultado de las investigaciones y si este joven es responsable, por dolorosas que sean, él y la institución asumirán las consecuencias a las que haya lugar. Sin embargo, han tenido la oportunidad de estar hablando y riendo juntos, es una respuesta humana que es muy bonita. Hay un ejercicio de resiliencia y de reconciliación maravilloso ”, dice el coronel Ángel Rueda.
Sara se prepara para una foto, quiere pintarse los labios, se pone de pie, camina hasta su habitación, lo hace despacio y con ayuda. Es el 2 de julio. Han pasado 36 días desde el incidente. El patrullero que disparó la visita en su casa. Es la segunda vez que la ve fuera del hospital. Mientras ella se prepara, él dice que sabe cuáles pueden ser esas consecuencias de las que hablan sus superiores: “Pero por ahora me interesa Sara, que ella pueda recuperarse. Después se verá lo que pase conmigo. Le di la cara, le expliqué que no quería hacerle daño a una persona que no tiene nada que ver con esto, le dije que nunca me imaginé que algo así me pudiera pasar a mí”.
“No me deje sola, no me deje morir”, eso fue lo que le dijo Sara al hombre que le había disparado mientras iban en el taxi hacia el centro de salud. Ella tampoco lo recuerda, él se lo contó en una de sus conversaciones. Tiene 24 años, siete de servicio, no es mucho mayor que ella, han estado en barreras opuestas, dice que no la dejará sola.
Fuente: El Colombiano
Foto: El Colombiano