(Aeronoticias) El país no es en definitiva lo que Luis Alberto Sánchez definiera para título de uno de sus libros más amenos cuanto que imprecisos: Perú, retrato de un país adolescente. Una nación no puede ser cuerpo púber cuando exhibe, sin pena ni gloria, las taras centenarias que se remontan al mismo momento en que el porquerizo de Trujillo de Extremadura, Francisco Pizarro; el cura ¡cuando no! Hernando de Luque; y el aventurero por antonomasia, Diego de Almagro, afincaran pie en Perú para inaugurar la conquista y posterior expoliación del Imperio Incaico.
Sintiendo y practicando el racismo como blasón de gobierno, la Nación siempre ha constituido el símbolo de minorías descendientes de los españoles americanos o de los que inventaron alcurnia, apellidos, formas y retoques de una nobleza feudal cuasi retrógada, conservadora a ultranza y pusilánime para adentrarse en el reto contemporáneo de desarrollar un progreso integral para todos los peruanos. Hasta hoy se escuchan esos vocativos que nominan al «joven» o «niño» tal o cual. Cierto que esos «jóvenes» o «niños», no pocas veces son sesentones que se engríen con semejantes ridiculeces.
Si se leen las críticas demoledoras del prócer civil Manuel González Prada en sus numerosos libros editados por la devoción filial de Alfredo, su hijo, lustros después de la guerra entre 1879-1883, y se prescindiera del nombre del autor, cualquier persona podría imaginar que se trata del Perú de nuestros días.
Alguna vez, escribí lo siguiente:
«¿Existen los partidos políticos? Son clubes electorales. Usinas que proporcionan técnicos o panzones funcionales al Estado, pero en modo alguno, alfiles de la revolución constructiva de que hablaba hace más de 50 años Manuel Seoane y que empezó tempranamente una prédica hoy olvidada por quienes se reclaman sus alumnos. Hay una diferencia enorme entre las tribus caníbales que abundan en la cosa pública, esperpentos fagocitadores y cancerosos de cualquier esfuerzo y las fraternidades calurosas que construyen naciones al amparo de los fueros de la decencia, dignidad y solemne virtud para forjar un país. No son lo mismo tropas de capituleros angurrientos que combatientes de insobornable decisión y ansias de victoria. ¿Hay que refundarlos? Pero ¡si no existen! Verbi gracia: hay que crearlos superando a González Prada que admonizaba que no era bueno “tomar a lo serio cosas del Perú”. ¡Superemos a González Prada! http://www.voltairenet.org/Superemos-a-Gonzalez-Prada,158488
Nótese que las agrupaciones políticas son colectividades caza-votos y con tal propósito ofrecen de todo. Hay un idiota que hasta habla de ser parte de una «raza distinta» cuando apenas es un logrero pícaro, renovador del viejo civilismo que compraba conciencias, entonces con pisco y butifarra, hoy con celulares, televisores, becas, viajes, sueldos fastuosos, diplomas sin estudio. Y los miedos de comunicación dan cabida a estos esperpentos.
¿Qué cambió en el Perú? Hasta la esperanza y optimismo trocaron en letanías: «así es el Perú; así es la política; qué vamos a hacer», estaciones de un pesimismo abisal sumamente peligroso porque ataja cualquier reacción y «predica» mentiras disfrazadas de «reflexiones».
El profesor Jorge Rendón Vásquez tuvo la generosa amabilidad de remitir un comentario aludiendo a un viejo artículo que aún mantiene alguna vigencia y en que criticaba miserias electorales. Afirmó Rendón que la ética es un parapeto y la reflexión un instrumento válido en estos tiempos. Me permití agregar -y lo ratifico- que eso no era suficiente. Se trata de iluminar el pavimiento para que los ciudadanos comprendan que tienen conciencia y capacidad de escoger y ejercer su dignidad. Si la mayoría de hombres públicos no son sino pandilleros de bandas exaccionadoras, que sea la protesta sincera, la oposición cívica, el amanecer juvenil, los frenos a tales inmundicias. He allí el camino y la ruta hacia la victoria de nuestros ideales justicieros de pan y libertad.
En Perú las críticas sociales de hace 80-100 años, mutadas y empeoradas en el tiempo, siguen conservando su savia directa y álgida. Poco es lo que se ha hecho y la última esperanza que comenzó el 2011, está acabando en los añicos desastrosos de ineptitud monstruosa. Los mediocres nunca podrán escalar el peldaño de su oscuridad consuetudinaria. La mona aunque se vista de seda, mona se queda.
¿Qué hacer? Mucho, muy mucho. Entre otras cosas, re-pensar al Perú. Verbi gracia y estoy armando la propuesta, el peruano debe declinar su visión tridimensional: Costa, Sierra y Montaña, para adentrarse en los interesantes caminos de la pentadimensionalidad, agregando el Océano Pacífico y la tecnología, como viveros fértiles de un ejercicio de inteligencia geopolítica, creativa y emancipadora de los actuales y muy oxidados grilletes mentales.