(Aeronoticias).- Queda claro que la defensa de la vida constituye de forma imprescindible la base sobre la cual se construyen todos los demás derechos, desde la protección y promoción de la familia hasta la búsqueda del reconocimiento de una igualdad de derechos asumida por diversos sectores de la sociedad, entre ellas está también la comunidad homosexual.
Si partimos de dicha base entonces el título «provida» debe ser para todos sin excepción pues es el primer derecho que adquirimos desde nuestra concepción independientemente de la forma en que fuimos concebidos.
Sin embargo, múltiples factores han hecho de este derecho una condición arbitraria con leyes infames en países de primer mundo y que hoy, pretenden introducirse en nuestro marco legal a modo de caballo de Troya tomando como iniciativa de bandera la sensibilización con el juego de falacias, la manipulación de las emociones frente al drama de los casos de violación sexual y las famosas estadísticas infladas para consolidar las más perversas intenciones del feminismo moderno.
A todo ello, el enfoque profamilia juega un papel también importante pues del matrimonio brota la vida (salvo excepciones como los problemas de infertilidad), por ello, si nos preguntamos acerca de la existencia de alguna posible relación entre la defensa de la vida y la familia, la respuesta es que en parte, sí.
La vida y la familia van de la mano en esencia porque constituyen la base fundamental de los derechos en construcción y son además el pilar de las sociedades respectivamente.
Ahora, ser profamilia es básicamente eso, proteger los valores de la familia y el matrimonio tradicional, la unión de un hombre y una mujer en una “sacra” expresión propio de las sociedades a nivel global no solo en el campo religioso sino también en el civil. Y aquí me detengo para señalar que proteger no es sinónimo de atacar proyectos de ley que abarca posibles «uniones civiles y solidarias» distanciados de un sacramento propio del plano dogmático.
Ser profamilia tampoco significa excluir, ocultar, marginar o simplemente ignorar a aquellas personas con diferente orientación sexual que también sienten, piensan y aman, en una palabra, personas que son tan reales como tú y yo porque antes que todo son seres humanos.
Los denominados “fiscales de la fe” como los llamaría el Papa Francisco actúan como un signo de exclusión y rechazo hacia las personas homosexuales. Lamentablemente estos “fiscales” son el reflejo de la imagen de una religión popular muy arraigada a la población en sus costumbres y tradiciones.
Ser profamilia también debería entenderse como la defensa de toda vida humana sin importar condición u orientación sexual y a partir de allí trabajar arduamente en la reinserción de la práctica de los valores perdidos en las propias familias actuales.
Y es que uno se siente provida y profamilia porque cree en el carácter institucional de ambas hasta que por razones del destino comienza la lluvia de etiquetas, algunas graciosas y otras menos agradables. Al fin y al cabo son solo opiniones.
A todo esto, considero que ser provida es un compromiso con la defensa de la vida desde la concepción mientras que el ser profamilia no debe convertirnos en actores repulsivos y “fiscalizadores” de aquello que muchos critican sin conocer. No todo lo que parece “diferente” es malo, hay que tener cuidado con las generalizaciones pues lo malo parte precisamente a raíz del prejuicio y la intolerancia.