Por: Mariano Gaspar Alzueta
(Aeronoticias) Es un honor para mí evocar brevemente al Profesor Miguel Mántaras, colega, docente y amigo, fallecido hace pocos días (el 21/12/2020) en la ciudad de Santa Fe (Argentina), por lo que agradezco esta hermosa oportunidad de retribuir póstumamente su generosidad incondicional.
Para presentar su figura, principio en señalar que fue un exponente de la “Escuela Santafesina del Derecho de la Navegación”, desarrollada desde la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad Nacional del Litoral (UNL), dónde obtuvo el título de Abogado y tempranamente se incorporó a la Cátedra de Derecho de la Navegación, bautizada de este modo por su fundador, el maestro Federico Ortiz de Guinea, quien sistematizó bajo este nombre al Derecho Marítimo junto con el Derecho Aeronáutico, cómo una gran rama del Derecho que conglobaba ambas disciplinas, siguiendo las enseñanzas del profesor italiano Antonio Scialoja. Se destacaba cierto paralelismo entre la ciencia del Derecho Marítimo y la del Derecho Aeronáutico, de forma tal que se nutrían mutuamente, con algunos puntos de confluencia y principios comunes. Esta visión del derecho se impuso en Argentina en su aspecto didáctico ya que en la mayoría de las altas casas de estudio se enseñaba en forma conjunta el Derecho Marítimo, junto al Aeronáutico, y luego se incorporó el Derecho Espacial.
Su vocación fue la docencia universitaria, labor a la que se dedicó por más de cuarenta años, tanto en la Universidad Nacional del Litoral cómo en la Universidad Católica de Santa Fe, fue un gran compañero de cátedra y amigo de mi padre, el Profesor Adrián Marcial Alzueta, pero también compartió la enseñanza del Derecho de la Navegación con grandes como Osvaldo Blas Simone, Julio César Alzueta, y Alfredo Monteverde.
Fue el último catedrático del Derecho de la Navegación en la Universidad Nacional del Litoral, el postrero de la Escuela Santafesina, donde luego la materia fue absorbida por el Derecho Comercial, como se enseña en la actualidad.
Colaboré junto a él en la cátedra de la UNL, y los últimos quince años en la Universidad Católica de Santa Fe, donde instruíamos Derecho Marítimo, Aeronáutico, Espacial y del Transporte Terrestre, todos con el rótulo de una materia denominada “Derecho del Transporte”.
Dictábamos cursos tanto en la ciudad de Santa Fe como en la de Reconquista, ubicada 316 Kilómetros al norte de la ciudad cabecera, donde funciona la III Brigada Aérea de la Fuerza Aérea Argentina y un puerto Fluvial en la margen oeste del Río Paraná. En los viajes hacia Reconquista nació una amistad, si bien nos turnábamos para las clases, recorríamos juntos el norte santafesino, para los exámenes. Eran viajes donde además de departir sobre cuestiones académicas, nos referíamos a otros asuntos cómo el fútbol, ya que ambos simpatizábamos por el Club Atlético Colón de nuestra ciudad de Santa Fe y al final de la tarea, regresábamos a nuestra ciudad por la noche.
Llevó adelante la tarea docente de forma autosuficiente, era la cabeza, pero también se hacía cargo de los detalles que hacían funcionar armónicamente la cátedra. Supo enseñar con generosidad, a la par de tolerar y perdonar ciertas faltas menores propias de la juventud.
Enseñó a trasmitir el derecho y a evaluar con justicia. Con los alumnos tenía una relación de cercanía y respeto, en la que de ningún modo existió la distancia que se podría haber ocasionado por las diferencias generacionales. Su sabiduría se destacaba en temas como la hipoteca aeronáutica o el crédito marítimo. Fue abogado litigante hasta su muerte, y participó también en la Administración Pública, donde se destacó en el derecho previsional hasta su retiro.
Forjó amistades que mantuvo a lo largo de su vida, entre las que destaco sus compañeros del Colegio Nacional, sus camaradas del Club de Rugby Ateneo Inmaculada (C.R.A.I.), sus colegas del estudio jurídico, y los amigos de la peña de la “Vuelta del Paraguayo”, un club ubicado en la zona de islas del sistema fluvial del Río Paraná, donde asistió toda su vida, y participó en las tareas institucionales. Supo formar una familia hermosa junto a Mónica su esposa, y puntal, criando a sus hijos Martina y Miguel con cariño y disciplina singular para el estudio.
Rindo este homenaje a alguien que mantuvo viva la llama del Derecho de la Navegación en el litoral argentino hasta sus últimos días. Queda un cálido recuerdo, nostalgia y gratitud, por las experiencias vividas junto con el legado de sus enseñanzas, en quienes compartimos su vocación pedagógica para la formación académica de las nuevas generaciones.