La vida sigue latiendo bajo los escombros de Puerto Príncipe

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Marie-France dejó su brazo derecho en las ruinas de Puerto Príncipe pero volvió a nacer el domingo por la noche, cuando ya toda su familia la daba por muerta, después de un delicado rescate de 12 horas practicado por bomberos franceses y estadounidenses. Cinco días después del seísmo que devastó la capital haitiana y provocó decenas de miles de muertos, hay aún milagros en esta ciudad arrasada por la tragedia.
«En primer lugar, es alguien que quiere vivir. Aguantó gracias a su resistencia mental, a su forma física y a la frescura de las piedras, que la protegió del intenso calor», explica el comandante Daniel Vigee, de los bomberos de Martinica (territorios franceses de ultramar). Marie-France, de 22 años, quedó atrapada en la planta baja de esta casa de tres pisos que se le vino encima el pasado martes. Los vecinos cuentan que su familia abandonó la ciudad dándola por muerta pero unas personas creyeron oír gemidos y trajeron el domingo hasta aquí a un grupo de rescatistas franceses.
La vida sigue latiendo bajo los escombros de Puerto Príncipe
«Es impresionante que esté viva y tenga tanta energía. Por desgracia hay una viga de cemento que aplastó su brazo derecho y habrá que amputárselo para extraerla», explica el médico francés Denis Larger. El tiempo estimado para este rescate fue de cuatro horas cuando llegaron los equipos franceses a las 10 de la mañana. Pero pasaron la horas, cayó la noche y más de 50 rescatistas, apoyados por una docena de cascos azules, seguían intentando poner fin a la agonía de la joven haitiana.
«Si lo dejamos para mañana, hay muchas posibilidades de que muera», afirmaban los expertos. Pasadas las seis de la tarde, Puerto Príncipe queda completamente a oscuras y las únicas luces del barrio son las usadas por el equipo de rescate francés y por otro grupo de rescatistas estadounidenses que metros más lejos intentan recuperar a otro superviviente de otro edificio.
«Vine aquí para salvar vivos, no para salvar muertos», insiste Vigee, intentando animar a sus hombres. Pero para llegar a la víctima hay que eliminar muros, hierros, barras de acero y apuntalar el edificio que la tiene presa, así como el local contiguo, que amenaza con caer encima de los equipos de rescate.
«Se nos ha acabado el agua y tenemos hambre pero todos hemos decidido que hay que quedarse», insiste Pepin Rosely. Pasadas las 72 horas del seísmo, las posibilidades de encontrar supervivientes son mínimas. El intenso calor de Puerto Príncipe sólo agrava la situación y en la mayoría de los casos, los equipos de rescate extranjeros se encuentran en estos días con cuerpos ya sin vida después de horas de trabajo.
Ante la dificultad del trabajo, los bomberos franceses reciben el apoyo de bomberos estadounidenses que ayudan a que un médico llegue hasta ella, le inyecte morfina, la hidrate y le dé algo de comer. Una hora después, el agujero en que se encuentra la víctima se transforma en un improvisado quirófano en el que los médicos intentan salvar la mayor parte posible de brazo. Exhaustos, los cirujanos salen por fin de la cavidad y los bomberos extraen a la víctima, entre los aplausos de algunas decenas de haitianos que aguardaron horas para presenciar este rescate con final feliz.
Completamente anestesiada, la joven es conducida rápidamente a un hospital de campaña israelí. «Era un edificio muy difícil pero valió la pena y estamos felices de marcharnos con un resultado positivo», afirma Rosely. «El mayor milagro ocurrirá cuando volvamos un día aquí, nos encontremos con esta persona viva y sepamos que es gracias a nosotros», concluye Vigee, abandonando rápidamente las ruinas. «Hay que descansar porque mañana, todo empieza de nuevo», se despide. 

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