(Aeronoticias).- «Recordad que el amor no tiene sexo, edad, ni procedencia geográfica”, gritaba hace unos días Alessi Marcuzzi desde el palco del Coca Cola Summer Festival en Roma.
¡Cuántos eslóganes sobre el amor! “Amor es amor”, “El amor vence”, se habla continuamente de los derechos fundamentales del amor, cuando, más que un derecho, el amor es un deber.
¿Qué sabemos del amor? ¿Qué cultura tenemos del amor?
Hemos crecido con historias donde se habla sobre todo del enamoramiento: fábulas con final feliz con cándidas doncellas y príncipes azules, dramas que cuentan amores desesperados y difíciles como el de Romeo y Julieta. Películas de amor: ¿quién no ha visto Lo que el viento se llevó, Vacaciones en Roma, Titanic? Por no hablar de canciones: todas las parejas tienen su preferida, normalmente aquella que recuerda el momento en el que todo comenzó.
¿Pero es esto el amor?
Me viene continuamente a la cabeza la frase del Evangelio de Juan: “Nadie tiene un amor más grande que el que da la vida por los amigos”. Jesús dice precisamente: amigos. ¿Entendéis? No dice: “Nadie tiene un amor más grande que el que da la vida por la mujer que ama”. El Dios de los cristianos, el Dios del amor, dice que la amistad es el amor con A mayúscula.
Mi sensación cuando comparto este pensamiento es que se considera a la amistad como un afecto de serie B, más débil que el amor de una pareja. Se dice, de hecho: “Son solo amigos” para indicar que entre dos personas no hay nada serio; o bien: “Quedamos como amigos”, cuando terminamos una relación, como si ser amigos fuese dar un paso hacia atrás respecto a la relación anterior.
¿Por qué? Creo que es porque la amistad es un sentimiento casto, un vínculo que no se arroga ningún derecho, que no es posesivo, ni exclusivo.
En el fondo, aunque no lo queramos admitir, creo que no le damos a la amistad el primado del amor solo porque la amistad excluye el sexo, y como a esto le damos una importancia absoluta, hemos olvidado que lo más importante es dar la vida.
¿Os parece una simplificación? ¡A mí, no! Todo lo contrario, creo que esta es la solución para estos tiempos tan confusos.
Las parejas más consolidadas nos cuentan que con el paso del tiempo, la pasión erótica se esfuma, dejando en su lugar otro sentimiento, forjado por la cotidianeidad, por la paciencia y por la aceptación de los defectos del otro, quizás por esto más fatigoso y menos espectacular, pero más verdadero y tranquilizador. ¿No es esto amistad?
Cuántas parejas se separan porque termina la pasión: “Ya no te quiero”; se dan cuenta de que no se conocen y de que no comparten nada. Nunca han sido amigos. He llegado a escuchar: “nunca podré ser amiga de mi marido”. A mí esta frase no me hace prever nada bueno.
A los homosexuales, la Iglesia nos pide vivir la continencia, es decir el no tener relaciones sexuales, pero no nos impide tener amigos, y por tanto no nos prohíbe el amar de la forma más elevada. Todo lo contrario, esto dice el Catecismo:
2359 «Las personas homosexuales están llamadas a la castidad. Mediante virtudes de dominio de sí mismo que eduquen la libertad interior, y a veces mediante el apoyo de una amistad desinteresada, de la oración y la gracia sacramental, pueden y deben acercarse gradual y resueltamente a la perfección cristiana».
Personalmente este párrafo, vivido a la luz de la reflexión sobre la amistad, me llena de esperanza.
Además, no está escrito “amistades desinteresadas”, sino “una amistad”. El singular en lugar del plural, este uso es significativo. Una amistad que sea un apoyo, hacia la perfección cristiana, no es una amistad cualquiera, es una amistad para la santidad.
Si la amistad es verdaderamente el sentimiento de amor más grande, como dice el mismo Dios, si verdaderamente se puede amar a un amigo hasta dar la vida, como nos pide Jesús ¿qué más quiero? Si miro con sinceridad dentro de mí, lo único que queda es un capricho, ligado a un sentimiento que nada tiene que ver con la amistad sino con la posesión.
Nosotros, los homosexuales católicos, estamos llamados a vivir la dimensión de la amistad de una forma profunda y auténtica y estamos llamados a ser profetas para toda la humanidad, también para estas parejas de hombres y de mujeres que están heridas en el amor propio como nosotros.
En esto consiste nuestro testimonio:
1) Devolver su significado al amor: porque el amor romántico no es el amor verdadero y la pasión (entendida como el deseo del otro) es un componente importante en la vida de pareja, que hay que reavivar continuamente, pero que debe conducir a un nivel relacional más profundo. La verdadera pasión nos debe empujar a dar la vida.
2) Redescubrir y mostrar el primado de la amistad: que es la forma más grande de amor, como nos enseña Jesús: “¡No hay amor más grande!”.
3) Conocer y enseñar el lenguaje de la amistad: hecho de simpatía, ternura, deseo, intimidad, pero también de responsabilidad como nos enseña el Principito, somos responsables de lo que dominamos.
4) Dar la justa importancia y significado a la sexualidad: que es seguramente uno de los placeres más grandes, pero que está ligado en primer lugar a la procreación. El sexo es un tabú que hay que desmitificar, ya por quien lo demoniza como por quien lo diviniza ¡Demasiada importancia! (Me lo digo a mí en primer lugar).
5) Indicar el camino del amor cumplido (la amistad que se da completamente) a todos los hombres y mujeres sin distinción. Aquí no se trata de ser homosexual o heterosexual. Si consigo demostrar que puedo vivir una vida plena y realizada porque soy capaz de ser amigo hasta dar la vida, entonces seré maestro de amor.
Estoy convencido y así lo afirmo: esta es la clave de todo. La amistad salvará el mundo. Los eternos debates sobre la familia, matrimonio, adopción, giran en torno al sexo y a la capacidad de procrear. Es el sexo el que crea el problema cuando se habla de homosexuales, no le demos más vueltas.
El nudo de la cuestión es este: la sexualidad entre personas del mismo sexo no es procreativa. Esto es verdad, pero no se llega a realizar una propuesta más alta y más satisfactoria, que vaya más allá de la renuncia. En este punto se pelean los puritanos y los transgresivos, porque es el punto equivocado para hablar de amor.
El amor es algo más grande que el mismo amor: es amistad.
Fuente: Aleteia.