Sentado, en silencio, observaba a Antonio Machado beber una taza de leche condensada que no acababa de diluirse por más que la removía antes de cada sorbo. Habían llegado a un lugar cerca de Gerona, en uno de los últimos automóviles que alcanzaron a huir de Barcelona ante la inminencia del ataque franquista. En la masía donde se encontraban, se dejaba oír un rumor expectante entre aquel grupo de personas que esperaban llegar a la frontera.
No tuvo otra idea que conversar con Machado como si estuvieran en un café madrileño. Rieron sin hablar de la guerra en España, sin pensar que unas horas después estarían en medio de una multitud emigrante y pasarían la noche en el pueblo de Cerbère, unos pasos más allá de la frontera con Francia. Tal vez, entonces, no sabría que su aprecio hacia el poeta lo movería a conseguir un lugar para él y su familia en Collioure, un delicioso puerto del Mediterráneo alejado de los fusiles y que por entonces cautivaba a los pintores.
Llegarían a este punto caminando. Antonio, apoyado en su bastón, arrastrando más los pies que de costumbre; y él, reportero convertido en protagonista, llevando en brazos a la madre de Machado, que pesaba como una niña y que se le acercaría al oído para preguntarle —no se sabe si por broma o por súbito delirio—: ¿Llegamos pronto a Sevilla?
ICONOCLASTA CON PIPA
No era desconocida su prosa en los diarios, ni su amplia cultura, ni sus ideales republicanos. No era novedad calificarlo como el audaz reportero que había sido testigo presencial de guerras y batallas ni como el prestigioso director de diversas publicaciones comprometidas con sus propios principios y convicciones.
El hombre que ayudó a Antonio Machado a abandonar la España sitiada por Franco, había nacido en Madrid el 9 de junio de 1887, día en que se celebraba el Corpus Christi. Su nombre cabal no alcanzaba en una línea (Andrés Rafael Cayetano Corpus García de la Barga y Gómez de la Serna), así que decidió renunciar a tres de sus cuatro nombres y desheredarse de su condición aristocrática simplificando uno de sus dos apellidos. Su firma, desde entonces, remite a una vida cargada de conquistas, ingenio literario y, sobre todo, compromiso con sus ideales. Un nombre sencillo para un hombre sencillo: Corpus Barga.
Antes que periodista, Corpus fue un gran pensador. Era quizá el único iconoclasta y reformista de su época que vestía de gabán, llevaba monóculo y fumaba en pipa. Desde muy joven eligió una vida independiente de toda clase de poderes y un oficio, el de escritor-periodista, que procuró mantener impecable. Cerca de los 17 años publicó su primer libro de poemas que tituló Cantares y dos años después se estrenó como articulista en el diario El País con un texto titulado “La soberbia del mercurio”. El artículo le valió los elogios de Miguel de Unamuno y le abrió las puertas de dos diarios más, El Intransigente y El Radical, desde donde desarrolló un pensamiento inclinado al reformismo social.
Estos son los años de tertulia en el Café de Levante, donde se reunía con Ricardo Baroja, Azorín, Valle Inclán y Pío Baroja para revisar juntos a las nuevas voces españolas, francesas, rusas; para hablar de pensadores contemporáneos o de las nuevas tendencias en la pintura. Pero ningún personaje conocido en las tertulias o en el oficio periodístico marcó tanto a Corpus como su hermano Rafael. Fue con él con quien Corpus compartió el juego de sentarse a caballo en cada pie de alguno de sus criados, o de correr por los amplios corredores de la casa, algo que recordaría años después en la primera parte de sus memorias, Los pasos contados.
Fue junto con Rafael con quien observó a la primera mujer desnuda por la ranura de una puerta y con quien de niño jugaba a llamarse en la oscuridad, en las noches de verano, para no quedarse dormido: “Rafael”. “Andrés”. “Rafael”. “Andrés”. La muerte de Rafael, en 1914, fue quizá la continuidad de este juego con la terrible circunstancia de no escuchar su respuesta.
EL BUÑUELO ARGENTINO
Corpus Barga vivió su primer exilio a los 20 años, en una casa solariega de Belalcázar, en Córdoba, adonde su familia lo confinó con la esperanza de que olvide su pasión por la literatura y su pensamiento anarquista. El encierro, sin embargo, sólo atizó más su vocación. Semanas después de llegar a Belalcázar, escapó de su exilio e inició su primer viaje a América, donde experimentó el frío del hambre y la miseria.
Había trabajado en un paquebote llamado Magellán para arribar a Buenos Aires sin mayores bienes que una petaca de cuero de Rusia. Tres días después de su llegada, se acercó a un hombre en la calle que vendía buñuelos untados con miel. ¿Me da usted un buñuelo por esta petaca? –preguntó. Al asentimiento del vendedor, Corpus cogió el manjar y se lo tragó como si fuera el último bocado del desierto. Como no había probado alimento en tres días, lo vomitó con la prisa con que lo había ingerido.
Tiempo después, Corpus regresó a Madrid para continuar participando en la tertulia del Café Levante y para colaborar con la prensa republicana. Pero a causa de sus disensiones con la sociedad y política española, se trasladó a París donde escribió artículos para El Radical y entabló amistad con un grupo de estudiantes revolucionarios rusos. En medio de esos días de incesante plática, era costumbre que se sentara en un café con la compañía de Ilya Ehrenburg –quien lo recordaría muchos años después en su autobiografía-, Ramón Gómez de la Serna, Pío Baroja o Sacher Masoch -hijo homónimo del famoso novelista que ha dado a la Academia la raíz de una patológica palabra: masoquismo, y del que Corpus escribirá una serie de artículos. Los viajes continuaron a Inglaterra e Italia antes de volver a España, donde conoció a Ortega y Gasset.
A los 26 años, Corpus logró la hazaña de crear un semanario republicano, romántico y virulento con el nombre “clásico” de Menipo, que estuvo bajo el ojo clínico de los fiscales madrileños. Precisamente, fue por un artículo sobre el acorazado “Carlos V”, publicado en este semanario, por el que tuvo que huir perseguido por el Ministerio de Marina.
REPORTERO DE GUERRA
Cuando el mundo se enteró del asesinato del Archiduque Francisco Fernando, Corpus residía en Francia y trabajaba en una copistería mecánica donde trataba de no pensar en la reciente muerte de su hermano Rafael. Luego de algunos meses, mientras que el mundo espectaba una guerra que se iniciaba con fusiles y terminaría con ametralladoras, se dedicó a trabajos editoriales y periodísticos junto a Sacher Masoch hijo en la Casa Nelson.
Sin embargo, como si el destino no hubiese querido perder la pluma de Corpus, la Correspondencia de España lo nombró su corresponsal en 1916. En las páginas de este diario comenzó a informar sobre los hechos que sucedían en París en medio de la que se denominaría la Primera Guerra Mundial. Atrincherado en esta ciudad, colaboró, asimismo, con diferentes revistas como España y realizó entrevistas a personajes como Henri Bergson.
Pero Corpus acabó encerrado en las prisiones de San Sebastián y Bilbao acusado en España por una aparente relación con la huelga de Asturias. Este incidente no melló su producción periodística sino la acicateó: tras salir en libertad, El Sol le pidió su colaboración y, más tarde, regresó a París para publicar textos en Índice, Nuevo Mundo, Les écrits du Nord, Revista de Occidente y La Gaceta Literaria.
Volar en un avión de guerra, en 1919, necesitaba como timón la audacia del piloto y como seguridad el coraje de uno mismo. El armatoste tenía una sola hélice, un motor de 300 caballos y dos agujeros en la carlinga. Puesto que se volaba sin brújula, podía uno perderse en el mutismo blanco del cielo o toparse con alguna cumbre silenciosa. Lo cierto es que Corpus no lo pensó dos veces y decidió subirse a un avión semejante para volar de París a Madrid llevando un mensaje de paz con motivo de la firma del Tratado de Versalles, que puso el punto final a la Primera Guerra Mundial.
Corpus debía enviar radiogramas al diario La Nación de Buenos Aires desde las alturas, con descripciones sobre lo que alcanzaba a ver. Sin embargo, el día en que se iba a cruzar el Ecuador, el comandante de la nave acaparó la estación de radio para tener noticias del tiempo. En Buenos Aires y en toda América se habían cruzado apuestas sobre si el Graf Zeppelín pasaría o no el Ecuador. Corpus cogió un sobre e introdujo en él sus reportes, indicando por escrito que La Nación de Buenos Aires daría una recompensa a quien se los entregase.
El sobre cayó en las islas de Cabo Verde con un pequeño paracaídas. Horas más tarde, los despachos llegaron a Buenos Aires anunciando que el Graf Zeppelin había cruzado el Ecuador.
ANTES QUE BRETON Y DALÍ
La vida en París estuvo repartida entre el periodismo, la literatura y las tertulias con escritores y pintores. No era extraño encontrar a Corpus en compañía de Pedro Salinas, Picasso, Cocteau, Modigliani, Apollinaire, Rodin, Colette, Diego Rivera, Gide, Claudel o Madariaga. Su condición de extraordinario periodista le permitió entrevistar, durante sus constantes viajes a Bretaña, Alemania y Holanda, a personalidades como Trotski, Hitler, Salmerón, Goebbels, Marcel Sembat, Maiakowski y Rappoport. Sin embargo, a pesar de también conocer en Italia a personajes como Luigi Sturzo, Serrato, Mussolini, Pío XI, Pirandello y Martinetti, España estaba siempre en el horizonte donde volvía la mirada.
Por ello, en 1929, no sale de contexto una carta que le escribió Luis Buñuel para hacerle una solicitud: “El film debe proyectarse muy despacio. Espero que si se hace polémica tendrá usted la amabilidad de enviarme resultados”. La misiva de Buñuel no hacía más que encargarle la proyección de una de sus más geniales obras: “El perro andaluz”. Un año más tarde, influenciado por las corrientes de vanguardia, publicó en un mismo volumen dos relatos cincelados con elementos que comenzaban a denominarse superrealistas: Pasión y muerte o Mary y los Altos Hornos y Apocalipsis.
Ambos textos habían sido publicados antes en la Revista de Occidente: Apocalipsis, en 1923 –un año antes del Manifiesto surrealista de André Breton- y Pasión y muerte o Mary y los Altos Hornos, en 1926 –un año después de “El carnaval del arlequín” de Joan Miró y cuatro años antes de que Dalí soñara pintar “La persistencia de la memoria”.
Pero sin duda uno de los hechos por los que aún se le recuerda es por haber figurado como comprador de los aviones que André Malraux tenía que llevar a los republicanos de España.
Asimismo, con el sonido de los ataques franquistas en las puertas, Corpus continuó participando en los acontecimientos republicanos como la creación del II Congreso Internacional de Escritores Antifascistas y la firma de documentos contra el bombardeo de Guernica. Esta lucha por la República en el corazón de España tendría un indeseado colofón: el 26 de enero de 1939, junto con Antonio Machado, Carles Riba, Navarro Tomás y otros, tuvo que huir de Gerona rumbo a Francia.
LA ESTATUA DE PIZARRO
En medio de la ocupación alemana, con nazis paseando en su cocina, Corpus conoció en París a Franklin Urteaga quien le presentó a Luis Alberto Sánchez, entonces rector de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Sánchez le propuso a Corpus una cátedra en la Escuela de Periodismo de esa casa de estudios. De inmediato, el periodista español viajó a Lima para ocupar este cargo y un año más tarde, en 1949, su familia llegó a Lima para verlo convertido en el flamante Director de la Escuela.
En Lima, sobre todo en la peña “Pancho Fierro”, cultivó el arte de conversar al que siempre estuvo acostumbrado con exiliados e intelectuales como Borges, José María Arguedas, Alberti, Vargas Llosa, Juan Larrea, Dámaso Alonso y Pablo Neruda. En ese lugar comenzaban a introducirse en las tertulias jóvenes artistas y literatos como Fernando de Szyszlo, Sebastián Salazar Bondy, Javier Sologuren, Jorge Eduardo Eielson y Blanca Varela.
Para De Szyszlo, Corpus fue una persona de extraordinaria experiencia y admirable sencillez: “estaba revestido de una sencillez, de una jovialidad, que uno nunca tenía la impresión de estar ante una persona de un intelecto tan rico, tan maduro, tan poderoso” recuerda el pintor. “Siempre era una persona totalmente sencilla que se divertía con las palabras (…) la influencia que produjo en nosotros está inamovible”, enfatiza De Szyszlo.
Sin embargo, Corpus nunca pudo librarse de la inquietud por escribir. Por aquellos años, colaboró con revistas y diarios como El Comercio, Expreso, Visión del Perú, Mar del Sur, Pan, y dirigió una revista de gran calidad de la Escuela de Periodismo de San Marcos: Gaceta Sanmarquina.
En sus artículos reflexiona sobre visiones estéticas, imágenes peruanas y la escena contemporánea. Su enfoque artístico abarca desde Chaplin hasta Goethe. En Expreso publicó un sabroso diálogo —producto de una divagación histórica— entre el fantasma de Francisco Pizarro y la estatua de éste, que aún se ubicaba en la Plaza de Armas de Lima. Para el poeta Washington Delgado, Corpus tenía la virtud de adelantarse a su época con agudos análisis y extraordinarios escritos: “publicaba sobre las últimas novedades porque conocía todos los movimientos políticos, literarios, filosóficos; escribía con muy buena prosa, con mucho conocimiento; era un periodista de oficio”, resalta Delgado.
En Lima, con una humedad que perjudicaba su salud, también destinó momentos para escribir una novela más —La baraja de los desatinos— y terminar su más grande obra, sus memorias, de la que sólo llegó a publicar cuatro tomos: Los pasos contados. En 1967, Corpus se retiró de San Marcos, luego de casi 20 años de labor en la Escuela de Periodismo, en medio de una emotiva despedida de sus alumnos y compañeros. Ocho años más tarde Corpus falleció en el silencio de su hogar dejando en el tintero los dos últimos volúmenes de sus memorias. Había acabado así su más grande reportaje.
Para Corpus, las fronteras entre el oficio de escritor y de periodista, entre la vida misma y la poesía eran apenas delgadas líneas. Es por eso que podía fácilmente establecer puentes entre el verso y la noticia, para decirnos que lo que realmente importa es el buen uso de la palabra, del castellano: “Un diario es como la rosa de los poetas. La rosa de los jardines, digan lo que quieran los poetas, no muere el mismo día que nace. El diario sí. Tiene que nacer otra vez al día siguiente. Es una rosa de papel. Una rosa de los vientos”.