Haití: ‘Carrera contra el tiempo’ para distribuir comida y agua

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Mientras la comida, el agua y otras formas de ayuda comenzaban a llegar a Haití en grandes cantidades, las organizaciones de asistencia y los funcionarios se concentraban en hacer llegar esas provisiones desde el atiborrado aeropuerto a los sobrevivientes hambrientos y demacrados que pululaban por las calles de la capital. La secretaria de Estado estadounidense Hillary Rodham Clinton tenía planeado llegar a Puerto Príncipe el sábado para hablar con el presidente haitiano René Preval y funcionarios civiles y militares de varios países sobre cuál es la mejor manera de colaborar con las tareas de asistencia y con el gobierno local.
 
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Clinton dijo el viernes que hay «una carrera contra el tiempo» antes de que la ansiedad y la furia de las víctimas generen problemas adicionales. Los socorristas advertían que Puerto Príncipe se sumirá en el caos si las provisiones no se reparten con rapidez. Un conductor de un camión de agua dijo que fue atacado en uno de los barrios precarios de la ciudad. También había informes de saqueos aislados, con jóvenes que caminaban por el centro con machetes. Un grupo de ladrones presuntamente mató de un disparo a un hombre que quedó tirado en la calle.
«No sé cuánto tiempo más podemos aguantar», dijo Dee Leahy, un misionero laico de San Luis, Misurí, que repartía provisiones junto a un grupo de monjas. «Necesitamos comida, necesitamos insumos médicos, necesitamos medicamentos, necesitamos vitaminas y necesitamos analgésicos. Y los necesitamos urgente». La Cruz Roja calcula que entre 45.000 y 50.000 personas murieron por el terremoto de magnitud 7 del martes. Los trabajadores enterraban cuerpos en tumbas colectivas, pero numerosos cadáveres seguían en las calles y aún se veían extremidades que sobresalían entre los escombros de escuelas y hogares.
Otros cuerpos terminaron amontonados en camiones el viernes para luego ser quemados en las afueras de la ciudad. Los pobladores se ponen pasta de dientes en las fosas nasales y ruegan por barbijos para no sentir el olor. «Si el gobierno aún existe y Naciones Unidas anda por aquí, espero que nos puedan ayudar a sacar los cuerpos», dijo Sherine Pierre, una estudiante de comunicación de 21 años que perdió a su hermana al derrumbarse su casa. Se estima que un tercio de los 9 millones de haitianos necesitarían ayuda. El secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, dijo que el Programa Mundial de Alimentos repartía galletas de alto contenido energético y comidas listas para consumir a unas 8.000 personas «varias veces por día».
«Obviamente, es sólo una gota en el mar ante la enorme necesidad, pero la agencia irá incrementando (la ayuda) para alimentar a alrededor de un millón de personas en 15 días y a dos millones de personas en un mes», dijo. Los funcionarios estadounidenses el viernes reconocieron que enfrentan obstáculos en sus intentos de asistencia y prometieron aumentar los envíos de provisiones pronto. Las tareas de ayuda se topaban con caminos bloqueados, la congestión del único aeropuerto, falta de equipamiento y otros problemas. Los soldados de la fuerza de paz de la ONU que patrullan la capital dijeron que la gente se mostraba cada vez más enojada y advirtieron a las caravanas de ayuda que llevaran seguridad adicional ante el riesgo de saqueos.
Milero Cedamou, un haitiano de 33 años dueño de un pequeña compañía de reparto de agua, llevó dos veces su camión tanque a un campamento de gente sin hogar, donde cientos se arremolinaron a su alrededor con baldes de plástico. «Esta es una crisis de una magnitud indescriptible, es normal que todos los haitianos ayuden», dijo. «Esto no es caridad».
Equipos médicos extranjeros armaron hospitales improvisados para atender a los heridos más graves. Sin embargo, el tiempo se acababa para la gente que puede estar atrapada bajo los escombros. «Más allá de tres o cuatro días sin agua, la gente estará muy enferma», dijo el doctor Michael VanRooyen de la Iniciativa Humanitaria de Harvard en Boston. «Alrededor de los tres días, la gente empezaría a sucumbir».
Aún así, había algunos triunfos increíbles. «Es un milagro», exclamó Anne-Marie Morel con los brazos levantados al cielo cuando un vecino fue encontrado vivo en los restos de su casa. «¡Tonterías, no hay Dios ni hay milagro!», le gritó Remi Polevard, otro vecino, cuyos cinco hijos estaban enterrados en los escombros. «¿Cómo pudo hacernos esto?»

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