(Aeronoticias).- No podemos afirmar tajantemente que sea el aeropuerto más peligroso del mundo, pero de lo que sí estamos seguros es de que se trata de uno de los que entrañan mayor dificultad para los pilotos a la hora de realizar las maniobras de aterrizaje.
Nos referimos al aeródromo de Paro, en Bután, construido en plena cordillera del Himalaya.
Presente en cualquier listado de aeropuertos “de miedo”, junto a instalaciones como las de Couchevel -en Francia-, con una pista corta con un fuerte desnivel en forma de tobogán; Congonhas, en Sao Paulo, cuyo acceso requiere sobrevolar los edificios de la ciudad, o Svalbard Longyear, en Noruega, cuyas temperaturas extremas hacen del hielo su principal enemigo, entre otros, Paro se ha convertido en todo un reto para los frikis de la aeronáutica.
Reservado a pilotos acreditados
El aeropuerto -el único que recibe vuelos internacionales de todo el país- está construido en un valle, a orillas del río Paro Chu, rodeado de montañas que superan los 2.200 metros de altura. Su ubicación no es un capricho de las autoridades, sino la consecuencia de la accidentada orografía de la zona. Esta característica, unida a unas condiciones climatológicas con frecuencia adversas, hacen que únicamente puedan aterrizar en él un reducido número de pilotos experimentados, debidamente entrenados y acreditados.
Los vuelos están restringidos al día -desde el amanecer hasta el ocaso-, durante las horas en las que se cumplen los requisitos que permiten una aproximación visual adecuada y cuando las condiciones meteorológicas son las óptimas. Y es que los pilotos no pueden utilizar el instrumental de vuelo nocturno ni el soporte desde tierra, por lo que llevan a cabo las maniobras basándose exclusivamente en su percepción personal.
De vértigo
Ben Schlappig, popular bloguero de viajes que se declara loco por los aviones, compartía con los lectores de Onemileatatime hace un par de años su experiencia en Paros. Schlappig, voló desde Katmandú, la capital de Nepal, con Buddha Air, una de las escasas aerolíneas que operan en el aeropuerto, con el único propósito de experimentar la aproximación y el aterrizaje.
Según sus palabras, aunque “no fue tan aterrador como había previsto”, calificó la experiencia de “absolutamente recomendable”, destacando la pericia del piloto, obligado a realizar maniobras complicadas y rectificar continuamente la trayectoria.
Para hacernos una idea de la complejidad, tras zigzaguear entre montes de forma sorprendente, y antes de iniciar un rápido descenso, el piloto debe hacer virar la aeronave un ángulo de 45º. Además, en la operación, el avión se ve obligado a acercarse de forma peligrosa a la cima de la montaña, casi frotando las casas situadas en lo alto de los acantilados.
Por supuesto, no todos los que utilizan las instalaciones butanesas lo hacen para experimentar sensaciones de vértigo. La mayoría de sus usuarios son residentes de la zona o turistas que viajan hasta este rincón del mundo para conocer un país todavía virgen, escondido entre las cimas del Himalaya.
Y es que hasta los años 70 del siglo pasado, Bután vivía prácticamente aislado del turismo y hoy, cuatro décadas después, apenas se percibe el paso del tiempo. La espiritualidad y la felicidad -es considerado el país más feliz del mundo – se respiran en el ambiente y en el rostro de sus gentes.
La construcción del aeropuerto, en 2011, fue un paso más en su proceso de apertura al mundo. De pequeñas dimensiones -la pista no supera los 1.200 metros de longitud- está situado a algo más de 50 kilómetros de la capital, Timbu.
Por cuestiones técnicas, cualquier viajero que desea llegar a Bután por vía aérea, debe volar previamente a algún país vecino y desde allí realizar el enlace hasta Paro. La escala es, sin duda, un pequeño peaje para visitar uno de los últimos paraísos de la Tierra.
Fuente: Aviación al día.
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