Romper el silencio, por Jefrey Buenaventura

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(Aeronoticias).– Si bien el éxito de la marcha “Ni Una Menos” tuvo gran relevancia en los medios y en la opinión pública, la realidad es que aún queda no mucho sino muchísimo por trabajar con la finalidad de hacer entender a las mujeres que defender su dignidad no es pedir un favor sino exigir un derecho que como ciudadanas les corresponde.

Varias vidas se salvaron pues muchas fueron las mujeres que motivadas por el ideal de la multitudinaria manifestación a nivel nacional sintieron la necesidad de actuar con valentía, primero, rompieron el silencio que las tenía atrapadas en un círculo vicioso de violencia y segundo, con las denuncias se rompieron también las cadenas psicológicas que las tenían sometidas a soportar tanto abuso e indiferencia.

Pese a ello, Lima aún registra el mayor número de casos de violencia contra la mujer con 36  víctimas mortales hasta el mes de junio y el segundo lugar lo ocupa el departamento de Huánuco con 13 mujeres muertas, según el Ministerio de la Mujer.

La razón o el punto clave para entender el porqué de esta situación la podemos encontrar en la “cultura tradicional” que esconde actitudes machistas y que ve como algo normal el que una mujer se muestre sumisa aceptando determinados actos violentos que vulneran su persona y dignidad.

Son muchos los factores psicológicos que influyen en la mujer cuando se plantea la idea de denunciar un hecho que implica ponerse en contra de su pareja. Algunas veces recibe el apoyo de la familia y en otros, solo es correspondida con indiferencia.

Más aún cuando el “cobarde matón” ocupa cargos públicos o de cierta importancia en el ámbito social, político o porque simplemente se encarga de manejar la economía del hogar en una circunstancia que hace de la mujer una persona dependiente del agresor por falta de estudios u oportunidades laborales.

La violencia de género no distingue raza ni credo, solo procede de la forma más cobarde y perversa tratando de minimizar a quién erróneamente hemos considerado por siglos como el sexo débil.

¡Basta pues!, es hora de romper el silencio, necesitamos mujeres firmes y decididas a hacer respetar su dignidad ante tanto abuso y maltrato. No importa si el esposo es algún gerente, regidor o policía pues lo que realmente importa es que teniendo ese cargo sepan valorar a una mujer y darle el lugar que se merecen, no arriba ni abajo sino al mismo nivel en la escala de derechos.

De nada sirve que un familiar o testigo de la violencia que ha sufrido una mujer interponga la denuncia contra el agresor en la comisaría más cercana, y que al final ésta no proceda porque la víctima se negó a ratificar el abuso que cometieron contra su persona. El silencio y el miedo son los dos principales factores cómplices que alimentan de forma negativa una carga emocional dañina para quien es víctima pero también para el entorno familiar.

Romper el silencio en estos tiempos ya no es tan difícil, acabar con el miedo, hoy en día, ya no es imposible; urge desterrar esa lacra de pensamiento machista que aún existe en muchos y que nos dificulta alcanzar el desarrollo propio de una sociedad civilizada inspirada en una sola palabra: la educación.

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