(Aeronoticias).- La elección del Cardenal Jorge Mario Bergoglio como el nuevo sucesor de San Pedro, sin lugar a dudas marca un hito en nuestra historia moderna como Iglesia de Cristo. Digo lo anterior, por la trayectoria de humildad y pobreza (no predicada sino vivida), y por el nombre de Francisco que ha adoptado como el 266º sucesor de San Pedro, que indican claramente una nueva ruta en la Iglesia.
Esta ruta de humildad y pobreza, que estoy seguro va a tomar el Papa, quien hasta hace unas semanas vivía en un humilde departamento en Buenos Aires, y que se transportaba en camión, habiendo renunciado al Palacio Episcopal y a su limusina y chofer, indican con claridad que trazará la ruta de Francisco: pobreza, humildad, oración y la predicación infatigable del Evangelio, el cual seguramente será la norma de su vida.
Esta ruta en realidad no es nueva, ya que ésta fue en realidad iniciada por sus predecesor Paulo VI quien al final de la segunda sesión del Concilio Vaticano II en 1963, bajó los escalones del trono papal, en la basílica de San Pedro, y subió al altar, sobre el cual colocó la Tiara Pontificia en un gesto dramático de la humildad y como signo de la renuncia a la gloria y el poder humano en armonía con el espíritu renovado del Concilio. Más adelante en 1978, Juan Pablo I, renuncia al uso de la silla Gestatoria, otro de los elementos suntuosos y que denotaban la “majestad” del papado.
Todo parece, pues, indicar que con Francisco I el camino de renovación de la Iglesia continúa, especialmente en el acercamiento al Pobre de Nazaret.
Recuerdo las palabra del obispo Guido sobre San Francisco, que decía que no había en el mundo nadie que hubiera vivido tan de cerca la vida de Jesús como Francisco.
Hoy vemos a un Papa sencillo, un Papa que antes de dar la bendición pide la oración de parte de su pueblo, un Papa que se refugia en la oración como medio para poder llevar adelante la tremenda misión de continuar guiando a la Iglesia hacia una renovación tal, que vuelva a tener la frescura y resplandor que tuvo en los primeros siglos, cuando la gente decía sobre los cristianos: Vean como se aman.
Hemos visto la sencillez de un hombre que está acostumbrado a cocinarse solo y que hoy, ya como el Sumo Pontífice, ha buscado tomar por su mano el micrófono como un signo de que, como su amado Señor, no ha venido a ser servido sino a servir (Mc 10, 45; cfr. Jn 13, 1-15).
Habiendo sido instruido por la Compañía de Jesús, abre una esperanza para que esta orden religiosa, que durante tantos siglos fue uno de las principales baluartes de la Evangelizacion, especialmente del Nuevo Mundo, pueda regresar a la sana doctrina, y renovarse de modo que puedan de nuevo vivir el celo apostólico que caracterizó a su fundador y respetar a pie juntillas el Evangelio que da forma y origen a nuestra Iglesia.
Por otro lado, Dios nos ha elegido un Papa sabio, ya que siendo formado por la Compañía de Jesús, no se puede dudar que es un papa instruido en todos los aspectos del mundo moderno. Prueba de su capacidad intelectual y administrativa como pastor, es el hecho de haber sido reelecto dos veces como Presidente de la Conferencia Episcopal Argentina y que, debido a los estatutos, no fue electo por tercera vez.
Así, pues, tenemos hoy al frente de la Iglesia a un digno sucesor de Pedro. Un hombre que en su trayectoria demuestra que, para él, el Evangelio no es simplemente un libro de lectura, sino la luz y la lámpara para su camino y del cual ha hecho la norma de su vida.
Oremos por él, porque los tiempos que se avecinan no pronostican buenos augurios. Tendrá que enfrentar a una Iglesia dividida, con muchos enemigos que han ido ganando poder en el tiempo. A una Iglesia sin evangelización y -lo peor- que no tienen muchos deseos de cambiar y ajustar la vida al Evangelio. En fin, a una Iglesia que necesita culminar con la renovación que inició el Concilio Vaticano II.
Francisco I, padre y pastor, te rendimos hoy homenaje como sucesor de Pedro. Ponemos entre tus manos las nuestras para decirte: “Prometo obediencia y respeto a ti y a tus sucesores”. Cuentas con nuestras oraciones, y en lo que podamos contribuir a que la Iglesia de nuestro amado señor Jesucristo se renueve y brille en medio de la oscuridad de este mundo, cuenta con nuestro apoyo incondicional.
Recibe nuestra oración y respeto.
Ernesto María Caro, Sac.