(Aeronoticias).- Este año, más de 2 mil colombianos que huyen de la violencia en su país fueron devueltos por autoridades chilenas. Ingresar al país vecino se ha convertido en toda una odisea para los migrantes colombianos que recurren muchas veces a caminos ilícitos o terminan atrapados en las redes de traficantes de migrantes, tratantes de personas y proxenetas que se reproducen en Tacna.
Dánae Rivadeneyra
Utero.pe
Desde Tacna
James Murillo es un afrocolombiano alto y fornido. Ha llegado a Tacna “corrido” de la violencia de su país. A él y a toda su familia les quitaron sus bienes y casi la vida. Tenían que irse ya mismito de Buenaventura. James no quiere o no puede decir quiénes lo amenazaban, dice que son los grupos paramilitares, las bandas, sobre todo las bandas, pero no quiere contar más.
– A mi vecina le mataron un hijo, ya. A todos, a todos nos amenazan –dice.
James tiene miedo, regresar a Colombia no es una opción y el orgullo de sus demás compatriotas –que ‘amenazan’ con regresar a su país si los vuelven a ‘rebotar’ de Chile– no le alcanza, no le sirve.
– Yo no me siento seguro de regresar a Colombia. No tengo nada allá, mi mujer y mis hijos ya están en Chile. Yo soy un desplazado –dice James mientras desdobla un papel sucio y descolorido: la copia de su carta de desplazado–.
Él ha dormido tres noches en el suelo y su caso se repite, literalmente, por cientos en Tacna.
Según las autoridades de Migraciones, cada día, un mínimo de 15 colombianos provenientes en su mayoría de Quindío, Cali y Buenaventura intentan cruzar legalmente la frontera con Chile sin éxito. Marzo fue el mes pico de las devoluciones: 506 en total. Sin la posibilidad de entrar, ellos regresan a Tacna, donde deben buscarse la vida, prestarse alguna casaca para aguantar el frío, agenciarse de algunos soles para pasar la noche, y llenar el estómago.
UNA FRONTERA DURA
Encontrar un colombiano en Tacna es de lo más sencillo, la mayoría son afrodescendientes y desde los taxistas hasta las autoridades saben dónde están. Basta con ir al Terminal Internacional Manuel A. Odría y dirigirse al ‘Muro de los Lamentos’. Este muro es, en realidad, una pequeña plaza a la salida del terminal de buses, donde todos los días nuevos y viejos colombianos se reúnen después de haber sido rechazados por las autoridades migratorias de Chile.
–Ahí van a lamentarse y contar sus penas una vez que los rechazan –cuenta un funcionario de Migraciones–. Cuando hay sol es mejor, ahí se les puede ver más, van a solearse, les gusta el sol.
Efectivamente, desde las primeras horas de la mañana se los puede ver sentados en círculos, con las manos vacías. Renegando y jurando que si la próxima vez los rechazan se regresarán, que tampoco están para que los maltraten porque si les hubieran dicho que cruzar la frontera chilena era tan difícil ellos hubieran elegido otro país.
En Colombia –nos dicen– estas cosas no pasarían, allí hay chilenos, peruanos, ecuatorianos y a todos los tratan por igual.
–Mamacita, escúcheme, si usted va para Colombia, el colombiano le da su cama y él duerme en el suelo –dice Jeffer, quien lleva tres meses esperando que su suerte cambie.
El Muro de los Lamentos es el punto de reunión de todos aquellos que son rechazados por Chile. Allí se pueden encontrar ecuatorianos y también dominicanos jovencísimos que abandonaron sus países en busca del sueño sudamericano: Chile. Les han dicho que cruzando la frontera las oportunidades de trabajo serán mejores y que el sueldo mínimo está por los 700 dólares. Ni siquiera las autoridades migratorias peruanas son inmunes a esa promesa.
– Allá en Chile, una controladora de aduanas, como yo, gana lo mismo pero en dólares.
Sin embargo, todos los sueños se acaban al encontrarse con el funcionario de Migraciones de Chile. Se habla de maltratos y requisitos impensados con tal de no dejarlos entrar.
– A uno le piden constancia de trabajo, constancia de estar de vacaciones apostillado por el gobierno de Colombia, que la bolsa de viaje, que el cartón profesional, oiga, todo –cuenta uno de los rechazados–.
Los mitos acerca de los puestos de control migratorios son diversos. En el Muro de los Lamentos se puede escuchar que el ingreso a Chile depende de detalles aleatorios en el puesto de control chileno de Chacalluta. Si la funcionaria de turno despertó de buen humor, quizás sea tu día de suerte.
Lo cierto es que el puesto de control de Santa Rosa, en territorio peruano, ubicado al frente del chileno, es uno de los más seguros: registra 1 millón 500 mil ingresos, anualmente, solo 300 mil menos que el Aeropuerto Jorge Chávez.
Santa Rosa y Chacalluta están a una hora de distancia de Tacna, si se va en auto, y a hora y media si se toma un bus. El pasaje cuesta 18 y 13 soles (o 7 y 5 dólares americanos), respectivamente. Esta suma, aparentemente módica, resulta inalcanzable para los colombianos. La mayoría de ellos invirtió sus ahorros en comprar un pasaje terrestre desde Bogotá hasta Santiago de Chile, creyendo que eso les aseguraría el ingreso. Al ser rechazados en Chacalluta, su bus los abandona y se encuentran en la calle, sin un peso, y, sobre todo, con frío.
TODO CONDUCE A CHILE
Inevitablemente, todos los colombianos se dirigen al Muro de los Lamentos cuando son rechazados. No se trata de una atracción magnética sino que el paradero final de los buses y colectivos que van a Chile se ubica allí. Cuando desorientados se acercan al Muro de los Lamentos, algunos peruanos se les acercan: ¿qué pasó, amiguito, te rebotaron? Este es el primer contacto de los traficantes de migrantes, quienes ofrecen sus servicios y contactos desde $60 hasta $300.
– Acá se acercan, como lo ven a uno ventilador, mirando para todos lados, vienen y te dicen que te pueden hacer pasar –cuenta uno de los colombianos rechazados, ocultando un poco su rostro con una gorrita–. Uno escucha de todo aquí, pero yo no quiero eso, yo quiero entrar por la legal porque uno ha venido a trabajar y a estar bien, no para hacer cochinadas.
Los traficantes de migrantes, más conocidos como jaladores, se aprovechan de la desesperación de los colombianos y prometen hacerlos entrar a Chile por el puesto de control fronterizo de Chacalluta. Aseguran contactos e influencias. Otras veces ofrecen fabricar documentación: constancias de trabajo, constancias de vacaciones, certificados de estudiantes firmados por el gobierno colombiano. Los más avezados ofrecen “paso no habilitado”, que es una forma menos aterradora de decir que los harán entrar como ilegales.
– A uno le piden 300 dólares, uno les cree y les paga y luego lo rebotan en la frontera y ya no se puede hacer nada. Uno se lo vuelve a cruzar, pero él ya no lleva la plata encima y uno se quedó sin nada –cuenta un joven colombiano que se hace llamar Jesús y carga una Biblia en el bolsillo–.
Walter Goyzueta, presidente de la Junta de Fiscales de Tacna, explica que el delito de tráfico ilícito de migrantes “se ha empezado a mover a raíz de la llegada de los colombianos”, hace tres años, aproximadamente. Debido a ello se impulsó la creación de la Subcomisión de trata de personas y tráfico ilícito de migrantes, como parte del comité de integración fronterizo entre Perú y Chile.
Según refiere el fiscal Goyzueta, en las reuniones que sostienen, la Policía de Investigaciones de Chile (PDI) ha expresado, más de una vez, su preocupación por la presencia de colombianos que utilizan caminos ilegales para ingresar a Chile.
Ambos países han detectado que la mayoría de veces que un colombiano se aventura a entrar de ilegal a Chile lo hace acompañado de algún jalador que conoce bien la geografía de la zona. Goyzueta explica que ya han tomado conocimiento de la presencia de organizaciones de traficantes que ofrecen ese ‘servicio’. Sin embargo, el problema para identificarlas y describir su modus operandi radica en el temor de los migrantes a continuar con la denuncia por más que hayan sido víctimas de estafa o maltrato.
SUEÑO CUMPLIDO
Antes de que acabe nuestra visita a Tacna, James Murillo logró reunir los 18 soles para ir a Chacalluta. Un grupo de sus paisanos lo acompañó al terminal, a despedirlo, a dejarle el número de teléfono por si acaso, pero, sobre todo, fueron a desearle buena suerte.
– Que el man tiene la casaca mía y yo no sé si pedírsela –le dice Ordóñez a Jeffer–.
– Déjesela, déjesela que yo le consigo otra, hace frío en Santiago –le contesta.
Ya en el auto, James sonríe por primera vez desde que lo conocimos. Llena su ficha de Migraciones con el lapicero que Jeffer le ha regalado. Hoy todos están generosos, puede ser un día para celebrar. Cada vez que un colombiano logra pasar Chacalluta, todos sus compañeros del Muro de los Lamentos sienten que hay esperanza, que la próxima vez les puede tocar a ellos.
El dilema diario de las colombianas varadas en la frontera Sur
Después de varios intentos de entrar a Chile, las mujeres se encuentran sin un sol. El panorama que se les presenta es el siguiente: O consiguen un ‘trabajo’ y juntan dinero para la bolsa de viaje que les piden en Chile, o son contactadas por ciertas personas que las hacen cruzar la frontera de manera legal.
Así, muchas de las migrantes eligen entre los chupódromos y los prostíbulos.
Si uno le pregunta a cualquier taxista dónde puede encontrar colombianas, ellos dicen: «Ah, carne negra», e indican el camino. A 15 minutos yendo por Pocollay se llega a Venus y Las Cucardas. Allí, colombianas y peruanas comparten cuarto y clientes.
– Yo todavía no he aceptado –dice Marisel Quiñones, caleña–. Las mismas chicas de acá, del Muro, le ofrecen ese trabajo a una. Antes prefiero intentar pasar una vez más o regresarme.
Fuente: La República
Foto: La República