(Aeronoticias): Un nuevo trágico caso de muerte por ingesta de motor sucedió la semana pasada en el aeropuerto de San Antonio, Texas (KSAT). El viernes 23 de junio, a las 10:25 pm, un Airbus A319 que cubría el vuelo 1111 de Delta Airlines ingresaba a posición proveniente de Los Ángeles, cuando una persona fue succionada por el motor 1. Esta es la segunda defunción por ingestión bajo la jurisdicción de la FAA (la autoridad de aviación de Estados Unidos) en seis meses, sin embargo, este último evento no fue un fortuito incidente, sino un intencional accidente.
Un par de días después de la tragedia, la Junta Nacional de Seguridad en el Transporte (NTSB) y las compañías involucradas, declararon que la investigación no estaría continuando, porque no hubo una falla de seguridad operativa referente al avión o al aeropuerto. La rápida conclusión oficial se debió a que testigos vieron a David Renner, el autor del penacidio y trabajador de rampa de 27 años que pertenecía a Unifi Aviation (una prestadora de servicios en tierra contratada por Delta), entregarle una nota de despedida envuelta en un billete de 1 dólar a su supervisor y después acercarse, agacharse y meterse al motor encendido, de allí que se determinara que su muerte fue un suicidio y no una omisión de seguridad operacional, deslindándose todos de la culpa.
También, se supo que David tenía un historial complicado de salud mental y su hermano mencionó que años antes había atentado contra su propia vida. Estaba recibiendo terapia psicológica para combatir su depresión, con supuestos buenos resultados, tenía ocho meses limpio, ya que también sufría de abuso de sustancias, y sus amigos y familiares lo veían mejorando felizmente.
Al leer sobre la terrible noticia, recordé un increíble suceso que encontré al investigar para el artículo “Ingestas de motor y otros fatídicos -y evitables- accidentes”, pero que no utilicé por no ser un accidente laboral:
El 14 de enero de 1990, Daniel John O’Brien, estadounidense de 31 años, se encontraba vacacionando en Puerto España, Trinidad y Tobago, junto con su amigo David Meyer (varios relatos afirman que eran pareja). Los hombres se estaban hospedando en un hotel frente al Aeropuerto Internacional de Piarco, cuando alrededor de las 10:30 de la noche, Meyer estaba dormido y sintió que alguien lo ahorcaba, al despertarse a forcejear identificó que su atacante estaba desnudo y era el grandote O’Brien, que pesaba más de 110 kilos y medía poco menos de 190 cm de altura. En el pleito, O’Brien tomó una lámpara y le pegó en la cabeza a su compañero, desmayándolo, para salir corriendo por los pasillos, tomar un extintor, intentar activarlo hacía su propia garganta y luego abandonar el hotel.
Daniel John cruzó la calle y escaló un cerco con alambrado de púas de tres metros de alto, todavía desnudo, adentrándose al aeropuerto de Piarco. En las inmediaciones, fue interceptado y detenido por cuatro guardias de seguridad, quienes lo subieron a una camioneta tipo jeep. De alguna manera, el norteamericano logró dominar a los guardias, escapar de su detención y tomar el control del jeep, para dirigirse a las calles de rodaje, en donde el vuelo 256 de British Airways, un Boeing 747, se preparaba para despegar con destino hacia Londres vía Barbados y Antigua.
El trastornado sujeto enfiló el vehículo hacia el gigantesco avión a toda velocidad y centró el rumbo en el motor #3. La colisión hizo que la aeronave se estremeciera, la turbina cercenó y succionó el techo del todoterreno, que quedó como un destruido convertible y, de entre los retorcidos fierros, emergió O’Brien como poseído, maltrecho y ensangrentado. Se puso de pie, untó aceite en sus heridas y comenzó a correr, haciendo un sprint para culminar su episodio de Terminator con un impactante brinco directo a la turbina #2.
Hasta la fecha, se sigue sin esclarecer el motivo del brote psicótico. Ciertos medios mencionaban un pleito de amantes que derivó en un mal viaje de alguna droga, otros, recopilaban declaraciones de vecinos y familiares del fallecido, diciendo que padecía de una enfermedad mental (sin especificar cual) y que sus medicamentos habían sido confiscados por la aduana trinitense. El día del suceso habría buscado surtir su prescripción en las farmacias de la ciudad, sin éxito. Entrando en conjeturas, es muy probable que haya sido ocasionado por una mezcla de todos los factores anteriores.
En 2021, la Organización Mundial de la Salud mencionaba al suicidio como la cuarta causa de muerte entre personas de 15 a 29 años en el mundo, la gran mayoría de los penacidios son hombres (mientras las mujeres tienen más intentos de suicidio) y los grupos más vulnerables son las personas que sufren algún tipo de discriminación o depresión, así como desempleados. La tasa de suicidios es más alta en vecindarios acaudalados, pero el 77% ocurre en países subdesarrollados, así que no es un problema exclusivo de naciones ricas. Cada vez más expertos coinciden en que la siguiente pandemia será una de salud mental, fenómeno que ya está sucediendo, dado al considerable incremento de casos de ansiedad, depresión, abuso y adicción de sustancias que la sociedad, en especial los jóvenes, están experimentando, exacerbado por el aislamiento pandémico, provocando que la depresión sea la principal causa de discapacidad en el mundo.
Gran parte del creciente problema del suicidio es que sigue siendo tabú, derivado del estigma de cualquier enfermedad mental. Las personas le restan importancia al suceso porque no saben cómo lidiar con él, debido a falta de entendimiento hacia el mismo, algo que se puede confundir con carencia de empatía. Normalizados comentarios que tachan de “locos», o que afirman “si alguien se quiere quitar la vida, nadie lo podrá evitar” demuestran la ignorancia de nuestra sociedad ante el fenómeno, ya que el suicidio involucra varios factores específicos (psicopatológicos, sociales, biológicos y ambientales) que si se tratan en tiempo y forma lo hacen prevenible.
Por lo tanto, creo que el deslinde absoluto de las organizaciones (llámese Unifi, Delta, FAA o KSAT) ante la muerte del trabajador de Texas es incorrecto. Si bien este ha sido un evento único en el mundo, no se puede minimizar el impacto del acto. Se deben de aprovechar situaciones extremas como la acontecida para educarse de ellas y que no se repitan, porque tal es el método de aprendizaje de la aviación. Es necesario crear una campaña de concientización de salud mental, de identificación de síntomas y de formación de redes de apoyo, dado que el bienestar mental mundial está en deterioro. Por último, si los casos aumentan eventualmente, será obligatorio investigar si una persona tiene historial de autolesiones para ser considerada como candidata viable en la industria, si identificamos que la mayoría de los trabajadores de la aviación laboran en entornos peligrosos con máquinas costosas y muchos conllevan responsabilidad de vidas ajenas, de un grado u otro.
Si tú o alguien que conoces tienen tendencias suicidas, pueden contactar a cualquiera de estas líneas de ayuda: Línea de la vida 800 911 2000; SAPTEL (55) 5259-8121; Whatsapp del Consejo Ciudadano (55) 5533-5533; Instituto Nacional de Psiquiatría (55) 5655-3080 y (800) 953-1704; y varios recursos más.
Fuente: A21mx