En un contexto en el que el pasado 12 de enero un sismo de 7,3 en la escala de Richter golpeó al país más pobre del continente americano. Los recuentos oficiales cifran los muertos en 217.000 pero habrá miles más. La resignación y el miedo continúan acompañando a los haitianos, que ahora enfrentan la temporada de lluvias. «La gente sigue teniendo mucho miedo; miedo a las replicas del terremoto, a que los ladrones entren en sus casas, a las lluvias», le dijo Sor Pilar, una Hija de la Caridad enfermera del Centro María Magdalena, en el barrio Silver La Plane, a dos kilómetros del centro de Puerto Príncipe, según el diario El Mundo.
La mitad del dispensario médico del centro, que además sirve de colegio para niños de la calle, se vino abajo. Técnicos brasileños les dijeron que habrá que derribarlo entero tras el terremoto del que hoy se cumple un mes. Las monjas trabajaron día y noche 48 horas atendiendo heridos. «Se nos murieron cinco en nuestras manos; les cosíamos la cabeza, pero las heridas que tenían eran tan grandes…la única iluminación que teníamos era un candil», recuerda sobre aquél fatídico 12 de enero.
Cuatro semanas después, la demanda sanitaria bajó. Ahora la atención se centra en la vacunación y el reparto de la ayuda que llega en aviones, sobre todo Galaxy americanos, al aeropuerto de Puerto Príncipe. Los marines de EEUU se encargan de vigilar el reparto en una especie de orden desordenado en 17 puntos de distribución repartidos por el país. Los recuentos oficiales cifran los muertos en 217.000, pero habrá miles más. Las labores de desescombro son lentas. Cuando se encuentran nuevos cadáveres se queman para evitar enfermedades. Los mercados volvieron a las calles y la población anda de un lado a otro, sin rumbo. No hay esperanza. Sólo resignación y miedo.
Resginación porque ya nada se puede hacer. Y miedo porque más de un millón de personas se quedaron sin hogar y sus casa son ahora tiendas de campaña situadas en descampados que las primeras lluvias se llevarán por delante. «No hay más lugares seguros para situar esos campamentos. Puerto Príncipe ya estaba saturado antes del terremoto», comentaba ayer un alto responsable de Cruz Roja.
Los ’sin hogar’ se concentran en decenas de campos de refugiados, muchos de ellos llenos de podedumbre y al lado de carreteras, donde el tránsito de vehículos es constante.
Ayer cayó una tormenta sobre Puerto Príncipe que convirtió algunos de esos campos, en los barrios de Champs de Mars y Petion Ville sobre todo, en lodazales. Espontáneamente la población se manifestó en el centro de la ciudad para pedir una solución, un atisbo de seguridad. «Mi tienda se ha derrumbado; tengo dos niños pequeños, necesito una solución del presidente Preval», se quejaba amargamente una de las manifestantes en una radio local.
Temen lo peor cuando llegue la época de las fuertes lluvias, a finales de marzo, y la georafía del país, desforestado al 99%, convierta los riachuelos y los desagües en caudales imparables. Entretanto, las autoridades locales alertaron del aumento de violanciones y saqueos. Hace un par de días, siete camiones de comida de una orden religiosa escoltados por la policía fueron asaltados a la entrada de Puerto Príncipe.
Los 13.000 marines repartidos por la ciudad, situados en puntos clave, no están sirviendo de disuasión a las bandas de cientos de criminales de Cité Soleil que se están volviendo a reagrupar tras escapar de la cárcel derruida. Todos las noches hay tiros en esa zona.