Sin las islas Malvinas, la Argentina está incompleta

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Antes, ir a cazar con amigos era su mayor entretenimiento. Después del combate de Monte Longdon, donde el instinto de supervivencia lo obligó a fijar un blanco humano, disparar un arma ya no fue divertido. Todo hecho en su vida se inscribe antes o después de la Guerra de Malvinas. En abril de 1982, Fernando Magno tenía 19 años, y poca fortuna en el azar, lo que le costó una conscripción en el servicio militar, por aquellos días, obligatorio. Con una prórroga, había comenzado sus estudios de ingeniería, pero pronto se convenció de liberarse cuanto antes del deber que la Patria le había impuesto. A diferencia de lo que esperaba, eso se convirtió en un compromiso para toda la vida.

En la serie de entrevistas que lanacion.com realiza de cara al Bicentenario, a Fernando no le tiembla la voz al recordar la madrugada en la que fueron a buscarlo a su casa; el pacto que hizo con Gabriel, de dispararse para evitar la agonía; su fusil, apuntando al ladrón del bollo de pan que le daban para acompañar un caldo grasiento; la esquirla que encontró, a la vuelta, incrustada en la piedra junto a la que estaba su carpa; el olor a pólvora; los alaridos; la única encomienda que recibió (de las dos semanales que le enviaba su familia), vacía.

Sin las islas Malvinas, la Argentina está incompleta

 

No hay rencor en sus palabras cuando, 27 años más tarde, todavía espera una autocrítica de las Fuerzas Armadas. Para Fernando, los festejos por los 200 años de la Revolución de Mayo es el momento propicio para empezar a hablar de Malvinas como «una causa de Estado». Aún siente que la Argentina está incompleta sin las Malvinas. Durante más de 80 días en ese territorio desolado, de viento gélido, donde a la muerte se le llamaba «baja» y el azar -esta vez sí- estuvo de su lado, aprendió a sentirlo propio.

Hoy, aunque ve los ideales de su juventud como utopías, no abandona la lucha para recuperar la soberanía sobre las islas. Eso se prometió desde que volvió al país, prisionero, a bordo de un barco inglés temiendo ser abucheado, y eso mismo volvió a jurarse en el cementerio de Darwin, cuando regresó a Malvinas, en 2007. Eso le reclama a la Patria que defendió junto a sus compañeros, y que por momentos los hizo sentir utilizados y hasta abandonados.

Junto al viejo portón del Regimiento de Infantería 7 de La Plata, que se erige solitario sobre las baldosas de la plaza Islas Malvinas, recuerda el momento en el que partió, sin saberlo, hacia la guerra. Tenía, entonces, la convicción de que habría una solución diplomática. No esperaba protagonizar un combate armado, hombre contra hombre, como vivió en medio de la niebla espesa la noche del 11 de junio, a once kilómetros de Puerto Argentino.

Fernando fue el fundador de uno de los primeros centros de ex combatientes del país. La idea había nacido una noche, bajo el ruido ensordecedor del fuego enemigo. Se lo dijo a Gabriel, su compañero de carpa: si «zafaban», sería bueno crear un lugar para estar juntos a la vuelta.

– ¿Con qué expectativa fuiste a luchar a Malvinas?

– En la Argentina había un oscurecimiento desde el pensamiento. Así que fuimos con un espíritu patriotero que nos transmitían desde las Fuerzas Armadas, que después demostraron, tanto en la acción como en el combate, en la logística y en la imprevisión, que no estaban preparadas para un proceso de lucha con un enemigo externo. Nunca funcionamos como un conjunto coherente; fuimos una sumatoria de individualidades y esa es una de las causas no sólo de la derrota sino también del alejamiento de las Fuerzas Armadas de la sociedad.

– ¿Qué recuerdos te quedaron de lo que sentiste en aquellos días?

– Tuvimos una gran lucha contra nosotros mismos. Las Fuerzas Armadas nunca hicieron una autocrítica. No teníamos condiciones mínimas de subsistencia. Pasamos muchísimo hambre. Había soldados que se desmayaban en los corrimientos de tropas. Teníamos una sensación de enemigo interno que era la supervivencia, en un lugar totalmente agresivo, inhóspito y sin alimentación. Además, teníamos mucho miedo de quedar lisiados, inválidos, más que en morir, que era como un hecho natural en un lugar en el que poco se podía hacer para evitarlo.

– Al volver ¿se sintieron abandonados por la Patria que defendieron?

– Al regreso, como Malvinas es una causa contradictoria -por ser de defensa soberana emprendida por un gobierno no elegido por el pueblo-, muchos no la defendieron porque era como defender a la dictadura. En la primera etapa del gobierno de [Raúl] Alfonsín se vinculó a Malvinas con las Fuerzas Armadas y la guerra perdida. La desmalvinización caló hondo y tuvimos varios años de abandono. Esa fue una de las causas de tantos suicidios.

– ¿Se sienten bien retribuidos hoy?

– En cualquier acto público recibimos el reconocimiento. En lo económico, al principio, temíamos envilecer la causa con el pedido de algún resarcimiento, pero luego nos dimos cuenta de que era importante para los que volvían a un ambiente marginal. Las pensiones fueron un paliativo. Al principio eran para indigentes, pero seguimos luchando y obtuvimos una ley nacional y una provincial. Hoy son mejores que nunca: cobramos dos pensiones y eso ha sacado de la indigencia a los ex combatientes.

– ¿En qué se basa el reclamo actual?

– Queremos que se hable de Malvinas como una causa de Estado. El Bicentenario es un momento propicio, un hito temporal para empezar a pensar a Malvinas como una política. Tenemos que reivindicar nuestra soberanía por la continuidad territorial de la plataforma, porque nos pertenece y porque nos fueron quitadas por la fuerza, como un acto colonial de piratería.

– ¿Ven una decisión de recuperar las Malvinas?

– La decisión de conseguirlas es un tema pendiente. La Argentina está incompleta sin Malvinas. Hoy, lo único que tenemos es un proceso discursivo en los foros internacionales, pero es absolutamente incompleto. Necesitamos encontrar otros caminos más inteligentes.

– ¿Volverías a luchar para recuperarlas?

– La vía armada es un error en sí misma y no la apoyaría como una propuesta de recuperación soberana. No vale la pena ofrecer la vida en cuestiones que por negligencia e insensatez estratégica se conviertan en una guerra. Hay mecanismos posibles para recuperar las islas, pero no es un proceso de hoy ni de corto plazo.

– ¿Cómo ves a la Patria por la que luchaste hoy?

– Con desequilibrios sociales, corrupción, políticas económicas cíclicas… No es lo que esperábamos de jóvenes, por eso hay que hacer algo para cambiarla.

– ¿Es posible recuperar las Malvinas?

– Desde que viajamos en 2007, vimos que la presencia de los isleños es un límite duro. Tenemos que encontrar un mecanismo, acuerdos y cercanías por vías artísticas, intercambios, conocimiento. Y además de acercarnos, ser firmes y muy duros en no permitir que empresas que negocian con los isleños con riquezas naturales nuestras puedan negociar con la Argentina, y contar con el apoyo del bloque de América latina.

– ¿Cómo ves el rol de las Fuerzas Armadas hoy?

– Somos muy críticos. Los militares cometieron profundos errores tanto desde el gobierno como en Malvinas. Nunca hicieron una autocrítica. El cambio proviene del reconocimiento de un papel equivocado, y como ese cambio no estuvo, parece que todo hubiera estado bien en Malvinas. Y no fue así. La impericia costó vidas.

– ¿Cómo es su relación con el Gobierno?

– El Gobierno tiene una política más clara en el campo de la defensa de los derechos humanos y una concepción crítica al desempeño de las Fuerzas Armadas en Malvinas, por lo que existe mayor afinidad. Pero en el aspecto diplomático y la defensa de derechos soberanos, no han superado la instancia de lo formal ni buscado encontrar los consensos necesarios para definir una política de Estado.

 

Por Luján Scarpinelli

De la Redacción de lanacion.com

mscarpinelli@lanacion.com.ar

 

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