La ciencia del alma: Una senda hacia la espiritualidad

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(Aeronoticias).- Todo nuestro entorno es exquisitamente sensorial. Todo fluye desde la periferia hacia nuestro interior canalizado a través de conexiones nerviosas. Es nuestro sistema nervioso el encargado de conectarnos a lo que llamamos nuestra experiencia de vida. Y todo  queda allí, como una estratificación de sensaciones, emociones, pensamientos, vivencias todas que hacen al fundamento de nuestra existencia.

Si quedamos allí, con el letargo de nuestro espíritu, dando sólo valor a lo que vamos recogiendo como experiencia de vida a todo lo mundano que atesoran nuestros sentidos, dando así fe a las elucubraciones de nuestra mente, ese será el designio de nuestra vida.

Claro que estamos inmersos en leyes categóricas, pragmáticas casi imposible de evitar que hacen a la convivencia diaria con todo nuestro entorno. Podemos así llegar a una concepción de la existencia según desarrollemos experiencias, algunas serán de disfrute y gozo y otras quejumbrosas y difícil de asimilar. Todas esas experiencias van modelando nuestra personalidad que finalmente nos hacen sentir fuertes o débiles.

Pero en realidad el verdadero sentido de la vida es experimentarla como un aprendizaje en donde vayamos adquiriendo el temple que permita atesorar  el fortalecimiento de nuestro espíritu. Será a través de nuestro cuerpo, a modo de herramienta, que nos permitirá acrecentar los valores que permitan transitar con nuestro espíritu hacia estratos superiores que nos vayan acercando a consustanciarnos con nuestra verdadera esencia que es una chispa de la magna y fulgurante fuente de la cual  provenimos .

Para que exista aprendizaje debemos experimentar ante la presencia de dualidades. Todo lo que experimentamos se presenta ante nuestra mente como polaridades diametralmente opuestas que alimentan nuestra mente discriminativa. Así el odio y el amor son polos distantes, como así también el egoísmo y el altruismo. Vivimos inmersos en ésta  permanente función disgregante de la mente. Pero si pudiéramos barruntar en que el odio no es más que la carencia de amor, y que el cuenco de amor está dentro de nosotros pues somos parte de la genuina fuente de amor, hollaríamos el camino.

Si lográramos que de nuestra mente surjan pensamientos superadores ajustándose a la veta intuitiva que poseemos, ello pugnará por una elevación en la gradación de nuestro conocimiento.

Para ello debemos fluir entre los preceptos ontológicos del creador de su Sabiduría e Inteligencia.

Para que los pensamientos se transfieran en acciones debe existir el tiempo y el espacio. Una cadencia que da “sentido” a la vida que nos hace conscientes del capítulo que estamos experimentando. De que hay una dinámica a modo del giro de una rueda cuya circunferencia gira haciéndose evidente a través de nuestros sentidos. Pero quizás no nos percatamos de que la maza o centro de la rueda se mantiene inmóvil como un centro controlador del fenómeno. Controla, participa pero no se inmiscuye en el efecto. Se está expresando casi oculto a modo de Dios para con nosotros. De allí que Dios es a su vez movimiento, creación manifestada y a la vez quietud en su eternidad.

Jorge Nelson Leguizamón Nieto

La ciencia del alma: Una senda hacia la espiritualidad

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